«¡Adelante, Pedro, con juicio!» Presentación del Diccionario de sexo, amor y fecundidad

Livio Melina

 

Texto del discurso pronunciado en Madrid el 19 de octubre de 2022, presentando el volumen de J. Noriega, R. Écochard, I. Écochard, a cura di, Diccionario de sexo, amor y fecundidad, Didaskalos, Madrid 2022.

El pasado 13 de mayo, el Papa Francisco, dirigiéndose a los participantes en una Conferencia Internacional de Teología Moral, denunció en tono vibrante la actitud que, a su juicio, más daño hace a la Iglesia hoy: la de «ir hacia atrás», causada bien por el miedo, bien por la falta de ingenio, bien por la ausencia de coraje. Y dijo textualmente: «Es cierto que los teólogos, incluso los cristianos, debemos volver a las raíces. De las raíces nos inspiramos, pero avanzar… Retroceder no es cristiano… Por favor, cuidado con este retroceso, que es una tentación actual, incluso para los teólogos de la teología moral».

1. ¿Avanzar o retroceder?

Esta declaración del Papa Francisco es citada, incluso expuesta como égida en un libro muy reciente publicado por la Pontificia Academia para la Vida, editado por su Presidente, el Arzobispo Vincenzo Paglia, con el título ‘Ética teológica de la vida. Escritura, tradición, desafíos prácticos» (Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2022). Este volumen propone la adopción de un modelo teológico innovador, que consistiría en un «cambio radical de paradigma«, en virtud del cual la ética teológica asume la tarea hermenéutica de una reinterpretación del valor vinculante de las normas morales enseñadas en documentos magisteriales como la encíclica Humanae vitae de San Pablo VI, la Evangelium vitae de San Juan Pablo II y la Instrucción Donum vitae, publicada por la Congregación para la Doctrina de la Fe, con la aprobación de este último Papa.

El «Texto Base» presentado en el volumen, y muchos de los comentarios teológicos publicados en su apoyo, proponen como expresión del esperado «progreso teológico» ir más allá de la observancia literal de la norma (TB 172-173) propuesta hasta ahora por el Magisterio, que ha definido la anticoncepción y la procreación artificial, incluso la homóloga, que prescinde del acto conyugal, como actos «intrínsecamente malos”[1]. En contradicción explícita con la encíclica Veritatis splendor de San Juan Pablo II (cf. nº 78), los autores de este trabajo afirman que no es posible especificar moralmente un acto sólo por su objeto, sino que también hay que tener en cuenta la singularidad de las circunstancias y la intención subjetiva de la persona que actúa, y aplican este principio no sólo a los actos buenos por su objeto, sino también a los actos intrínsecamente malos (TB 126-130). En ese nuevo modelo, ya no se podría considerar la anticoncepción o la procreación artificial sustitutiva como actos siempre intrínsecamente malos, y por tanto a evitar, sino que habría que hacer un discernimiento circunstancial en conciencia. Las normas morales negativas ya no representarían absolutos, sino sólo un primer y lejano punto de referencia para el juicio subjetivo de la conciencia. Tal paradigma correspondería al «personalismo» reclamado por el Concilio Vaticano II, ya que destacaría el papel decisivo de la conciencia sobre la norma en el discernimiento de la acción. Los que rechazaran este nuevo paradigma para la moral, y en particular para la moral sexual y la moral de la vida, tendrían que ser calificados de rigoristas y de peligrosos «indietristas» (he aquí el neologismo acuñado para definirlos y tacharlos como peligrosos enemigos de la misión de la Iglesia hoy): querrían de hecho retroceder, en lugar de avanzar con valentía y creatividad.

2. El Diccionario tras el magisterio de la Humanae vitae

Esta tarde presentamos el Diccionario sobre el sexo, el amor y la fertilidad, una imponente obra de 1.100 páginas, concebida y editada por los profesores José Noriega, René e Isabelle Ecochard, que propone 194 entradas, gracias a la colaboración de 157 autores, de procedencia internacional y de reconocida experiencia científica, teológica y pastoral. Aunque apareció en su primera edición italiana en 2019, el Diccionario es la expresión y coronación de casi cuatro décadas de trabajo realizado en el seno del Instituto Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, un instituto fundado el 13 de mayo de 1981 y suprimido en septiembre de 2017 con el Motu proprio Summa familiae cura.

Ahora este Diccionario, publicado finalmente también en sus ediciones española y francesa, mientras se preparan las ediciones inglesa y coreana, pretende situarse explícitamente en la estela del magisterio de la Humanae vitae, que considera la respuesta adecuada y profética de la Iglesia católica al fenómeno epocal de la «revolución sexual», que está impregnando y desestructurando nuestras sociedades[2]. Más de cincuenta años después de su publicación, los editores del diccionario consideran que la encíclica de San Pablo VI es la roca de la confrontación y el choque con esa modernidad, que pretende ofrecer una respuesta técnica a los problemas humanos de la reproducción y la sexualidad, separando la dimensión unitiva de la procreativa del acto sexual. Si leemos el breve prefacio del volumen, firmado por sus editores, veremos que desde las primeras líneas y con absoluta transparencia, incluso con orgullo, afirman la centralidad de la enseñanza de la Humanae vitae para su proyecto.

La pregunta que surge inevitablemente es: ¿se trata de un «retroceso» por parte de los conservadores rígidos, que se oponen al progreso tanto de la sociedad como de la Iglesia? Al reafirmar en términos inequívocos el valor imperioso de la norma moral de la Humanae vitae, es más, al erigirla como clave de interpretación del misterio de la sexualidad humana, ¿se oponen los autores del Diccionario al progreso científico, a la evolución cultural del último siglo y también a los desarrollos teológicos, doctrinales y pastorales que han madurado en esta década?

Una pregunta tan explícita nos inquieta y perturba, porque parece contraponer la fidelidad a las raíces, que también propugna el Papa Francisco, con la apertura al futuro, con el diálogo con el mundo contemporáneo y con la valentía de lo nuevo. Nos inquieta aún más cuando corre el riesgo de llevar la oposición a la misma vida de la Iglesia, a la relación, no sólo entre los fieles, entre los teólogos, sino también entre los pastores y con la autoridad.

3. ¿Qué significa el progreso?

Para salir de este desasosiego, hay que intentar comprender cuál es el sentido auténtico y cristiano del «progreso», el sentido que ciertamente también espera el Papa Francisco en su exhortación a los teólogos de la moral. Permítanme unas notas muy rápidas.

El término «progreso» encuentra su afirmación más entusiasta y su consagración filosófica en el pensamiento de la Ilustración, en particular en Nicolas de Condorcet, que en 1795 escribió la obra Esquisse d’un tableau historique des progrès de l’esprit humain[3], en la que expuso su visión de la inevitabilidad de un progreso lineal ilimitado e imparable de la humanidad hacia el futuro. Es la fe en el destino luminoso y progresivo de la humanidad a través de la ciencia, que aporta luz tras siglos de oscuridad, superstición y opresión, y que, aplicando la tecnología a la vida humana, la mejora continuamente, resolviendo gradualmente todos los problemas.

Y sin embargo, muy pronto, la idea de que todo lo que viene después es, por esa misma razón, necesariamente mejor que lo que vino antes, recibió no sólo resonantes y dramáticos desmentidos históricos con las tragedias del siglo XX, sino también agudas críticas filosóficas. En una famosa conferencia de 1962, el pensador alemán Theodor W. Adorno, analizando la categoría de progreso, denunció su fetichización ideológica acrítica. Señaló que el progreso es un concepto dialéctico. Aunque el progreso significa de hecho la liberación del mito y de la naturaleza, también implica una dominación violenta del hombre sobre la naturaleza y una cierta justificación del poder social. El progreso coincide así, para Adorno, con la mala conciencia, que oscurece el acto violento del principio de identidad a costa del no idéntico, al que se acusa de ser un reaccionario al que hay que eliminar para que avance el progreso. Para Adorno, sin embargo, no se trata de negar ningún progreso, sino de ofrecer criterios de verificación que impidan su abuso ideológico.

Para llegar al horizonte del pensamiento cristiano, me limito a una consideración, quizá un poco velada por la ironía, de Santo Tomás de Aquino, cuando comenta el anuncio que Jesús hace de sí mismo en el evangelio de Juan, diciendo «Yo soy el camino». El Aquinate observa: «Es mejor cojear en el camino que salirse de él a paso ligero». El que cojea en el camino, aunque avance poco, se acerca sin embargo al final. En cambio, el que se sale del camino, cuanto más rápido corre, más se aleja de la meta»[4]. Así que podríamos decir que cuando el camino está equivocado, cada paso atrás nos acerca a la meta. A veces, para avanzar, tenemos que retroceder por caminos equivocados. El verdadero progreso se verifica acercándose a la meta y no simplemente «llegando más lejos». Y el camino por el que se mide el auténtico progreso es Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

Con razón, pues, los editores del Diccionario reivindican el carácter «contracultural» de la enseñanza de la Humanae vitae: al rechazar la anticoncepción, San Pablo VI dijo un «no» a un modo de vivir la sexualidad, el promovido por la revolución sexual actual, porque sabía claramente cuál era el «sí» a la sexualidad, es decir, su grandeza y belleza. Ese era el camino de Cristo, el camino de la plenitud humana. Su enseñanza, lejos de representar un «indietrismo» nostálgico, daba testimonio del camino del auténtico progreso.

4. Dos criterios de verdadero progreso

Por lo tanto, para poder valorar lo que es «progreso» y lo que es «retroceso», no basta con referirse a las modas de la costumbre o a la mentalidad actual, sino que hay que tener criterio. Thomas S. Eliot, en «Coros de la Roca» habló de nuestro tiempo como «una época que avanza hacia atrás, progresivamente»[5]. Es que en una situación así, los que verdaderamente avanzan serán acusados por otros de querer retroceder, de «indietrismo». Entonces, ¿cuáles son los criterios que nos permiten verificar si estamos ante un progreso real o un retroceso?

Creo que hay dos criterios: el primero se menciona en la introducción del Diccionario por parte de los editores, cuando se preguntan: «¿La píldora nos ha hecho realmente más felices?» «¿Qué es lo que realmente nos hace felices?», es decir, ¿qué es lo que hace que las relaciones entre hombres y mujeres, su vida sexual, sea más plena? La segunda es la que menciona implícitamente el Papa Francisco: la fidelidad a las raíces, que custodian nuestra identidad en el proceso de desarrollo de la vida. Detengámonos a reflexionar un poco sobre cada uno de estos dos criterios, aplicándolos al tema que trata nuestro Diccionario: el sexo.

Podríamos llamar al primer criterio «antropológico«, pero no en un sentido primordialmente teórico, sino más bien «existencial». Pablo VI reivindicó esta dimensión de la enseñanza moral de la Iglesia, que -son sus palabras en Humanae vitae– «enseña una ley, que en realidad es la de una vida humana restituida a su verdad original» (n. 19), y que por tanto permite la verdadera felicidad. No el aparente del placer inmediato, sino el verdadero y profundo del amor.

Esa felicidad surge de la correspondencia de lo que se vive, siguiendo la ley moral, con las necesidades profundas del corazón humano, que se configura en armonía con el diseño del Creador. En otras palabras, más clásicas, se trata de la ley natural, como orden conveniente, que la razón humana es capaz de percibir en sus propios actos e inclinaciones. Con sorprendente optimismo, el Papa Montini llegó a afirmar que «los hombres de nuestro tiempo son particularmente capaces de afirmar el carácter profundamente razonable y humano de este principio fundamental», es decir, que sólo salvaguardando la íntima unidad de los dos «aspectos esenciales, unitivo y procreativo, el acto conyugal conserva íntegramente el sentido del amor mutuo y verdadero y su ordenación a la más alta vocación del hombre a la paternidad» (n. 12). Separada intencionadamente de la fecundidad, la sexualidad termina por replegarse sobre sí misma, termina en una búsqueda egoísta del placer. Como señaló agudamente la filósofa inglesa Elisabeth M. Anscombe, la intención inherente al acto anticonceptivo, cerrado a la procreación, falsea la naturaleza del acto como acto de donación personal y lo transforma así en un acto completamente diferente, hasta el punto de perder el sentido de la diferencia hombre-mujer. Por eso, cuando se admite la licitud de la anticoncepción, ya no hay razón para oponerse a las prácticas sexuales distintas de la unión conyugal, hasta el punto de legitimar la homosexualidad[6]. A principios de los años 60, Elisabeth Anscombe había captado el vínculo entre la legitimación de la anticoncepción y la legitimación de la homosexualidad.

El propio Paul Ricoeur había lanzado un grito de alarma sobre los resultados imprevistos de la «revolución sexual», que resulta como una confirmación sub contrario de nuestra argumentación: «La supresión de las prohibiciones sexuales ha producido un efecto extraño, que la generación freudiana no había conocido: la pérdida de valor del sexo por su facilidad… Cuanto más pierde el sentido, la sexualidad se vuelve despótica, a modo de compensación de las frustraciones experimentadas en otros ámbitos de la vida… Hay un vínculo secreto entre el erotismo y el absurdo. Cuando ya nada tiene sentido, sólo queda el placer instantáneo y sus artificios… He aquí, pues, la última posibilidad a explorar: la de separar el placer no sólo de su función de procreación (lo que también hace el amor-ternura), sino de la ternura misma»[7].

Los resultados de la revolución sexual y de la desobediencia de tantos obispos, sacerdotes y matrimonios a la Humanae vitae estaban en parte ya previstos: colapso de las familias, falta de respeto a la mujer, coacciones de los poderes públicos (nº 17), mientras que otros están hoy ante nuestros ojos: invierno demográfico, epidemias de infecciones de transmisión sexual, colapso de los matrimonios y abandono de los hijos[8]. Todo esto tiene un impacto profundamente negativo en el bienestar de las personas, a las que nos gustaría servir en la atención pastoral.

Llegamos ahora al segundo criterio, que podríamos llamar «teológico«: el que exige que el desarrollo sea coherente con sus raíces identitarias, es decir, con la Tradición de la Iglesia. Aquí nos encontramos con la cuestión del «cambio de paradigma» que para algunos sería necesario aplicar en la teología moral, para superar las limitaciones de su exposición tradicional y hacerla apta para la pastoral del hombre contemporáneo. La fórmula fue lanzada por el Card. Walter Kasper, en relación con la discusión sobre los divorciados vueltos a casar, para indicar que tanto la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio como la norma moral seguían siendo las mismas, pero que el modelo de aplicación de la norma a la vida concreta tenía que cambiar[9].

Es bien conocido el principio básico del progreso orgánico de la doctrina, que fue formulado por San Vicente de Lerins, citado al respecto y hecho propio por el Concilio Vaticano I. La doctrina católica «progresa, se consolida con los años, se desarrolla con el tiempo, se profundiza con la edad. Sin embargo, debe permanecer siempre absolutamente intacto e inalterado en su significado, sin adiciones espurias y sin pérdida de elementos esenciales»[10]: eodem dogmate, eodem sensu, eademque sententia, es decir: la misma doctrina, el mismo sentido y el mismo enunciado deben permanecer.

¿Qué hay de la cuestión del cambio de paradigma sin cambio de doctrina? San John Henry Newman nos ofrece un criterio más, en su obra sobre el Desarrollo de la Doctrina Cristiana: entre las siete notas para verificar la continuidad de la doctrina, pone como primer criterio no sólo la continuity of principles, sino también y sobre todo la preservation of the type, es decir, la permanencia de la forma interna de la idea[11]. De hecho, la garantía más segura de la legitimidad de los desarrollos no viene dada por la mera referencia externa a los mismos principios, sino fundamentalmente por la fidelidad interna a su significado. La perversión y la corrupción de la doctrina pueden producirse cuando el paradigma de su interpretación distorsiona su valor teórico y práctico. En otras palabras, el paradigma de interpretación y aplicación de la enseñanza moral no puede cambiar el significado interno de una doctrina moral.

Los dos criterios se cruzan y se verifican mutuamente: la fidelidad al fundamento cristológico de la doctrina se refleja en una auténtica plenitud humana de belleza, verdad y amor. El Diccionario que presentamos da testimonio del gran progreso que se ha producido en la vida y el pensamiento de quienes han sido fieles a la exigente pero verdadera enseñanza de la Humanae vitae. En estos cincuenta años ha tenido lugar una gran aventura intelectual y humana. Las voces que se proponen en el volumen documentan cómo esto ha sucedido no sólo en la investigación científica y teológica, sino también en la vida concreta de las parejas y las familias, y en la atención pastoral de obispos y sacerdotes.

5. Una gran aventura intelectual, humana y cristiana

Me gustaría mencionar las cuatro esferas de esta aventura, que son también las grandes dimensiones presentes en el Diccionario, que ofrecen caminos de lectura convergentes dentro de él. En primer lugar, en el ámbito de la antropología cristiana, ¿Cómo no mencionar la singular aportación de la teología del cuerpo de San Juan Pablo II, en sus Catequesis sobre el amor humano en el plan divino, y de la teología del amor del Papa Benedicto XVI? Es la visión orgánica de la corporeidad, que nace de la Revelación, interpelada por la luz de las experiencias humanas originarias. El cuerpo humano, marcado por la diferencia sexual, es «sacramento de la persona», signo visible de la realidad invisible que nos constituye como sujetos únicos e irrepetibles. Lejos de reducirse a la dimensión fisiológica captada por las ciencias empíricas, está impregnado de subjetividad Es en el cuerpo donde el hombre descubre su originalidad en la creación y su llamada a la comunión en el encuentro con el cuerpo personal de la mujer. El sexo es, pues, una vocación a la entrega y a la comunión, abierta a la comunicación ulterior de la vida; un misterio nupcial de diferencia, de unidad personal y de fecundidad, en el que el misterio del Amor Trinitario de Dios se refleja en el plano de la criatura. Contra las reducciones del puritanismo y los correspondientes prejuicios anticristianos, la teología del cuerpo nos permite redescubrir el valor único del cuerpo en el cristianismo. Se observó, con razón, que «con Juan Pablo II, de repente, ser cristiano se convirtió en algo hermoso».

La reflexión moral ha explorado el íntimo nexo de la persona con la acción, que no sólo la expresa, sino que la genera y la configura en su libre identidad. Se entendió así la necesidad de adoptar la perspectiva dinámica del sujeto que actúa al considerar los actos que realiza, superando la mirada que los capta sólo en su conformidad externa con la ley. En plena fidelidad a la enseñanza de la gran tradición y a la doctrina de Santo Tomás de Aquino, la teología moral, tras la encíclica Veritatis splendor, ha superado el paradigma reductor de la casuística moderna, que contraponía ley y conciencia, oscilando entre las escuelas opuestas de rigoristas y laxistas. Así, la ley ya no aparece como un límite a la libertad, que hay que superar con estratagemas y excepciones, sino como la expresión de una verdad sobre el bien; y la conciencia podría ser redimensionada e integrada en la virtud de la prudencia, reconociendo que está precedida e iluminada por el amor. El gran tema de la moral es, por tanto, el de la regeneración del sujeto cristiano en las virtudes: así se redescubre el auténtico sentido de la castidad, que no es represión de las pasiones y afectos, sino su control y corrección, con vistas a una integración armónica a la luz de la verdad del amor.

En tercer lugar, los estudios médicos sobre la sexualidad y la fecundidad han experimentado un gran progreso en el acompañamiento de las parejas dispuestas a vivir su responsabilidad procreadora en conformidad con el diseño del Creador y según la enseñanza de la Iglesia. Según estudios recientes del Departamento de Salud Reproductiva de la Organización Mundial de la Salud[12], los modernos métodos naturales de control de la natalidad han alcanzado índices de eficacia iguales o superiores (el «método sintotérmico de doble control») incluso a la píldora anticonceptiva y, desde luego, al preservativo, sin que ello conlleve, por supuesto, los efectos secundarios negativos del uso de productos químicos, que ahora funcionan no sólo como antiovulatorios, sino también como antianidatorios, es decir, como abortivos precoces. La ciencia y la experiencia adquirida a lo largo de más de cincuenta años nos permite ofrecer a las mujeres y a las parejas una base segura para vivir la responsabilidad ética de la procreación; es decir, corresponder a la vocación de paternidad y maternidad, cambiando los hábitos sexuales tanto para alejar los nacimientos por razones justas y serias, como para buscar un embarazo deseado y difícil. El conocimiento, la educación y el crecimiento en la virtud permiten vivir la sexualidad conyugal no sólo con más serenidad, sino transformarla en una verdadera celebración del amor personal y cristiano.

El compromiso de la pastoral, entonces, según las perspectivas del Diccionario, no debe ser visto como un esfuerzo para resolver problemas o como la elaboración de programas eficaces, sino como el acompañamiento de las personas, parejas y familias en su vocación al amor. La consulta de una herramienta tan rica como este Diccionario permite beneficiarse no sólo de una teología sólida, de conocimientos científicos, psicológicos, sociológicos y médicos actualizados, sino también de la experiencia de campo en la pastoral familiar y del asesoramiento en el ámbito de los métodos naturales. Las parejas y las familias desean vivir plenamente su sexualidad, su maternidad y su paternidad. No necesitan un pastor que parta del principio de que el «ideal» no es para ellos, que apruebe la anticoncepción, reste importancia al aborto y considere el divorcio como algo inevitable, excusando todo por la supuesta fragilidad de las personas. Es hora de que los pastores abandonen los paradigmas anticuados de la revolución sexual y eviten repetir prejuicios rancios contra los métodos naturales y contra la enseñanza de San Pablo VI y San Juan Pablo II.

Conclusión

«¡Adelante, Pedro, con juicio, si puedes!» es la expresión, en español, que se ha convertido en proverbial, y que Alessandro Manzoni, en su obra maestra Los Novios, pone en boca del Gran Canciller español de Milán, Antonio Ferrer. Este último se dirige a su cochero mientras su carruaje avanza rodeado del pueblo alborotado por la hambruna, que se ha sumado a la peste. Ahora podemos concluir, respondiendo con gran seguridad a las inquietantes preguntas con las que empecé. El Diccionario editado por José Noriega y René y Isabelle Écochard es todo menos una expresión del ‘indietrismo’ contra el que advierte el Papa Francisco. Por el contrario, es un valioso instrumento intelectual, científico, teológico, moral y pastoral para «avanzar» (adelante), pero por el camino del auténtico progreso (con juicio), que considera el sexo en la vida humana y cristiana no como un peligro del que hay que protegerse, ni como una diversión desprovista de responsabilidad, sino como una dimensión constitutiva de la plenitud humana, de esa vocación al amor, que siempre está íntimamente ligada al don de sí mismo en la comunión y a la fecundidad.

  1. Para una crítica detallada del texto, véase: G.L. Müller and S. Kampowski, “Going Beyond the Letter of the Law. The Pontifical Academy for Life Challenges the Teachings of Humanae Vitae and Donum Vitae, in First Things, August 27 2022.

  2. Cf. G. Kuby, La rivoluzione sessuale globale. Distruzione della libertà nel nome della libertà, Sugarco Ed., Milano 2017.

  3. Cf. A. Cento, Condorcet e l’idea di progresso, Parenti, Firenze 1956.

  4. Santo Tomás de Aquino, Comentario al Evangelio de San Juan XIV, lect. II, III, n. 1870.

  5. T.S. Eliot, Choruses from “The Rock”, in Opere, Bompiani, Milano 1971, 424-425.

  6. G.E.M. Anscombe, Una profecía para nuestro tiempo. Recordar la sabiduría de la Humanae Vitae, Didaskalos, Madrid, 111-113.

  7. P. Ricoeur, “Sexualité: la merveille, l’errance, l’énigme”, in Histoire et vérité , Seuil, Paris 1964, 205-207.

  8. Francisco, Exhortación apostólica Amoris laetitia, 51.

  9. W. Kasper, „Amoris laetitia: Bruch oder Aufbruch. Eine Nachlese“, in Stimmen der Zeit 234/11 (2016), 723-732.

  10. Primo Commonitorio, cap. 23; PL 50,667-668. Concilio Vaticano I, Cost. Dogm. Dei Filius, 24 apr. 1860: DH 3020.

  11. J.H. Newman, An Essay on Development of Christian Doctrine, Notre Dame University Press, Notre Dame 1989.

  12. World Health Organization Department of Reproductive Health and Research (WHO/RHR) and John Hopkins Bloomberg School of Public Health / Center for Communication Programs (CCP), Knowledge for Health Project. Family Planning: A Global Handbook for Providers (2018 update), Baltimore and Geneva: CCP and WHO, 2018.

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Livio Melina

Livio Melina es teólogo moral y cofundador del Veritas Amoris Project. Ha sido profesor de Teología Moral (de 1996 a 2019) en el Pontificio Instituto Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia de Roma, del que fue presidente de 2006 a 2016. Allí fundó y dirigió el Área Internacional de Investigación en Teología Moral. Miembro ordinario de la Pontificia Academia de Teología, fue director científico de la revista Anthropotes y profesor visitante en Washington DC y Melbourne. Ha impartido e imparte cursos y conferencias en diversas universidades internacionales.

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