El Papa Benedicto XVI: un padre y un maestro
Livio Melina
Este texto ha sido publicado por primera vez en Il Foglio, 4 de enero de 2023.
Quisiera ofrecer mi testimonio sobre Joseph Ratzinger/Papa Benedicto XVI a partir de mi experiencia personal, refiriéndome en particular a aquella más reciente sobre el modo en que Él ha estado cercano desde el verano de 2019 con ocasión de los acontecimientos del Pontificio Instituto Juan Pablo II para estudios sobre matrimonio y familia, en el yo fui profesor ordinario de Teología Moral y presidente.
Un padre, que transmite vivamente su ideal juvenil
Los acontecimientos se precipitaron a finales de julio de 2019 cuando después de la supresión del Instituto fundado por san Juan Pablo II en 1981, me fue comunicado también mi despido, porque en el nuevo ente académico que ocupaba su lugar no estaba prevista la cátedra que yo enseñaba. La misma medida afectó a otro docente ordinario y a 14 profesores encargados, algunos con dedicación exclusiva, algunos jóvenes en los inicios de su carrera y de proveniencia internacional.
Pasados tres días recibí una llamada telefónica del secretario personal del Papa emérito Benedicto XVI, Su Excelencia mons. Georg Gänswein, que me comunicaba que Su Santidad me había buscado en los días previos, porque deseaba encontrarme y hablar conmigo. Quedé sorprendido y profundamente conmovido.
Había sido su colaborador en la oficina doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde octubre de 1984, durante siete años, implicado en un trabajo demandante de gran responsabilidad, pero también de extraordinaria experiencia formativa. Me había honrado con su presencia en la defensa de mi tesis doctoral, que había sido dirigida por Carlo Caffarra, como primer relator, y por Angelo Scola, como segundo relator. Me acompañó con benevolencia en los inicios de mi enseñanza académica y, elegido Papa, me nombró presidente del Instituto en enero de 2006. Pero jamás hubiera imaginado tal afecto paterno y una tal atención.
«¿Qué puedo hacer por Usted? ¿Qué puedo hacer por vosotros?» fueron las palabras con que el 1 de agosto de 2019 me acogió en el Monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano. Se inició así una serie de encuentros personales, siete para ser exactos, hasta enero de 2020, con una correspondencia que prosiguió hasta su muerte, hasta la felicitación navideña hace pocos días. Las medidas que me habían afectado a mí y a mis colegas, las consideraba injustas e inaceptables, y buscó por varios caminos de llegar a una reconsideración por parte de los responsables. Tras haber verificado la imposibilidad de una readmisión y la inanidad de eventuales recursos administrativos, Él acogió con gran entusiasmo la idea de mirar hacia delante y de emprender nuevas iniciativas de investigación y de formación en el ámbito del proyecto “Veritas amoris” que iba madurando y tomando forma en nuestro grupo de amigos y colegas.
Una ulterior gran sorpresa fue para mí recibir en enero de 2020 una carta que acompañaba un escrito de 12 páginas, en las cuales delineaba lo que denominó “un bosquejo de contenidos” de cuanto deberíamos investigar y enseñar, fundando nuestra nueva propuesta no solamente en la teología del cuerpo de san Juan Pablo II y en su misma teología del amor, sino también en la perspectiva pastoral del Papa Francisco.
En aquel escrito nos proponía la figura cristiana del hombre que Él reconocía en el caballero de Bamberg, que se encuentra en la catedral de aquella ciudad, y que él custodiaba -así me dijo- en su viejo misal como imagen recuerdo de un compañero suyo de estudios, muerto prematuramente y de modo imprevisto en vísperas de la ordenación sacerdotal. “Es una figura altomedieval de belleza clásica, de la que se desprende dignidad y pureza humanas, que no puede dejar de impresionar. Es la imagen de un hombre que ha vencido en sí mismo las fuerzas del mal y que sin afectación está preparado a batirse por el bien”. En esta imagen de un desconocido caballero se expresaba el entusiasmo de su juvenil ideal sacerdotal, en los años inmediatamente posteriores a la tragedia de la Segunda guerra mundial, de una espiritualidad bien diferente de los estereotipos pietistas y kitsch de los “santos de yeso”. Con Él nos pasaba el testigo de su ideal juvenil y compartía con nosotros, reconociéndose, el entusiasmo por un nuevo inicio. Recorreré aquí compartiéndolo sintéticamente, los contenidos de este magisterio extremo, que Benedicto ha querido donarnos.
Un Maestro que enseña el realismo cristiano del ideal
En el escrito programático que me envió, el Papa Benedicto parte teológicamente de la Encarnación, donde se revela plenamente que quiere decir que el hombre es imagen de Dios, o el misterio de la creación del hombre en Cristo. El núcleo de la antropología es, por tanto, relacional: ser “imagen” de Dios y de un Dios trinitario significa “ser en relación con otro”, que será llevado a cumplimiento cuando el Hijo de Dios asumirá carne humana. El matrimonio y la familia son el lugar originario de la filiación y por consiguiente también el lugar elegido por el Hijo de Dios para hacerse carne y donar su cuerpo (fraterno y esponsal) a los suyos.
La cuestión de la tensión entre real e ideal respecto a la propuesta cristiana es de especial importancia en nuestro contexto eclesial y social. Según el Papa Benedicto la acusación más fuerte hoy contra el cristianismo consiste en imputar a éste de proponer para el hombre algo demasiado alto y, de este modo, algo destructivo, en cuanto no sería realista (acusación promovida sea por el marxismo, sea por el islamismo). Esta acusación deviene extrema hoy precisamente porque parece que la fe cristiana haya fallado y que no sea posible vivir según sus exigencias.
El campo del matrimonio y de la familia es aquel donde el fracaso de la propuesta cristiana parecería más evidente, confirmado por el escándalo de los abusos sexuales de los clérigos, hasta deber admitir “no es posible vivir así” en el celibato y en el matrimonio monogámico y fiel (se vea el contraste que se pone hoy entre el “bien posible” de Amoris laetitia y Veritatis splendor, n. 103).
Precisamente la antropología relacional de la imago Dei puede arrojar luz sobre la cuestión. Si el hombre vive en relación, entonces su capacidad es más grande de la que muestran sus fuerzas como simple individuo aislado. Tras la encarnación redentora de Cristo, el “real” no es el hombre aislado en su propio deseo y en sus propias energías (neopelagianismo reductivo), sino el encuentro que nos precede y nos hace salir del sueño de nuestro aislamiento. La relación (y por tanto el amor) aparece como la verdadera fuerza de realidad en el mundo, precisamente porque nos hace ir más allá de nuestra medida.
Un tema esencial a afrontar es la relación entre la Iglesia y la modernidad, donde la cuestión clave es la de la libertad. Por una parte, está la visión de la fe cristiana, representada icónicamente por la imagen del caballero de Bamberg, que se distingue precisamente por su digna libertad, que lucha abiertamente y vence el mal, y que se percibe en contraste con una visión defensiva y llena de complejos. Pero, por otra parte, la idea de libertad puede adaptarse a la reducción moderna, que presenta una libertad vacía de contenido.
La clave para el diálogo con el mundo moderno es encontrar el sentido de la verdadera libertad cristiana. Para Benedicto la solución se puede encontrar, por una parte, en la relación entre libertad y relaciones, que sitúa la libertad en la comunión entre los hombres: es la libertad del don, según la intuición de san Juan Pablo II. Por otra parte, es también esencial la relación entre libertad y naturaleza, que sitúa la libertad en algo que es previamente donado y, por tanto, en la totalidad del mundo como creación.
Precisamente una visión familiar del hombre puede ayudar a situar la libertad en este marco relacional y encarnado. Todo esto ayuda a comprender la relación entre Iglesia y modernidad; la familia se convierte, como sostiene el Concilio Vaticano II en la Gaudium et spes, en la clave de la relación entre la Iglesia y el mundo actual. La fe cristiana no tiene necesidad de encerrarse, y no porque haya decidido adaptarse a la mentalidad moderna de la libertad absoluta, sino porque puede afirmar plenamente la libertad como libertad creada y situada relacionalmente.
Por esto, según el Papa Benedicto, la relación entre libertad y naturaleza deviene decisivo en esta visión antropológica como fundamento último de la relacionalidad de la persona humana. La mirada alta, que es necesaria para que el hombre no caiga en la desesperación, es entendida hoy, en la postmodernidad, como búsqueda de una libertad absoluta que, con la ayuda de la técnica, se cree capaz de cambiar radicalmente las coordenadas de la propia existencia.
Las consecuencias se ven en el campo de la sexualidad, en cuanto negar la naturaleza humana significa hoy negar que el hombre sea varón y mujer. Se llega a una visión del hombre que se autogenera (Benedicto XVI, Discurso a la Curia de diciembre de 2012) y que, de este modo, termina por no llegar jamás más allá de sí mismo, arruinando esta misma visión alta.
La propuesta alternativa, propia de la fe, es la de comprender la libertad como libertad creada, que comienza por un don originario y está orientada hacia la plenitud de la imagen de Dios. Es esencial, por tanto, profundizar en la relación entre libertad y creación, que aparece de modo especialmente claro en las relaciones matrimoniales y familiares, en cuanto ellas hablan de un origen que nos precede y que porta consigo un sentido. Se puede recordar que san Pablo, al inicio de la carta a los Romanos, enlaza la aceptación del Creador precisamente con la aceptación de la diferencia sexual.
La naturaleza, según Benedicto, en cuanto está en conexión con la creación, es por tanto naturaleza pensada, no privada de razón, y posee en sí el espíritu o Logos. De este modo, como creada, iniciada por el amor de Dios y portadora de su designio, la naturaleza se abre también a la historia, y es pensada como portadora en si misma, sea de las consecuencias del pecado, sea de los efectos de la Encarnación y redención en Cristo. Así se ofrece la clave para presentar la imagen del hombre de modo que se tenga en cuenta su fragilidad, pero también su capacidad de hacer el bien, a partir de la redención de Jesucristo.
“Un simple y humilde trabajador de la viña del Señor”
“Un simple y humilde trabajador de la viña del Señor”: con estas palabras se presentó a los romanos y al mundo el Papa Benedicto tras su elección el 19 de abril de 2005. “Simple” indica que es “sine plice”, es decir sin pliegues que escondan algo: significa un comportamiento exento de cualquier ambigüedad, que habla de modo transparente y directo, porque quiere comunicar la verdad y no engañar a los interlocutores con subterfugios. La ambigüedad es el instrumento del despotismo de quien no sirve sino más bien domina a los demás con un discurso oscuro. “Humilde” es quien es bien consciente de ser “humus”, hecho de tierra, y por tanto está exento de orgullo y afán de poder.
Así, sencillo y humilde, se ha mostrado el Papa Benedicto XVI a lo largo de su vida de estudioso diligente y genial, de servidor de la Iglesia, de Papa. Quizás todavía más en el último tramo, casi silencioso y también elocuente, de su retiro orante en el Monasterio Mater Ecclesiae en las colinas del Vaticano, que siguió a su renuncia al ejercicio activo del ministerio petrino. Periodo misterioso este de sus últimos diez años, en que, en la extrema fragilidad física, pero con gran lucidez y fuerza de espíritu, ha acompañado a la Iglesia en uno de sus periodos más difíciles y oscuros de su historia reciente. La ha acompañado con un testimonio límpido y sereno de “Cristo, que es siempre el mismo, ayer, hoy, y siempre” a fin de que “no nos dejemos desviar por doctrinas complicadas y extrañas” (Hb 13,8-9).
En la carta del 10 de marzo de 2009 el Papa Benedicto escribe a los obispos de la Iglesia Católica: “En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13,1), en Jesucristo crucificado y resucitado. El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto”. En su testamento espiritual, vuelve sobre este tema decisivo.
Él había comprendido bien que la pobreza más grande -como decía Madre Teresa de Calcuta- es la pobreza de quien no cree en Dios, y que, por tanto, la caridad más grande y urgente es la de testimoniar a Dios y donar a los demás la posibilidad del encuentro con Cristo, recibido por gracia. El servicio a la fe de los pequeños ha sido para Joseph Ratzinger/Papa Benedicto, la tarea de toda su larga vida, la brújula que siempre lo ha orientado en el ministerio. “No solo de pan vive el hombre…” Y aquel que dona solo pan o vestido, en el fondo dona demasiado poco a los pobres y demasiado poco los considera.
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