La Cuaresma, viaje al fondo de la carne – Introducción

José Granados

Introducción de José Granados a su libro 
La Cuaresma, viaje al fondo de la carne,
Editorial Didaskalos, Madrid 2023, 9-13.

 

“Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte…” El breviario propone estas coplas de Jorge Manrique para el miércoles de Ceniza. Se nos invita así a sacudir el alma, a desperezarla.

La Cuaresma es buen momento para recordar que tenemos alma. Y esto quiere decir: para recordar la hondura de la vida, lo mucho que nos jugamos en ella, su alegre seriedad. El alma, en efecto, indica lo eterno en nosotros. Porque tenía alma intuía el poeta latino: “No moriré yo todo”. A lo que añadía san Juan Pablo II: “No moriré yo todo. Lo que es imperecedero en mí / [estará] cara a cara con Aquel que es”.

Cuaresma, tiempo del alma. Pero ¿y nuestro cuerpo? ¿Pertenece el cuerpo a eso que “es imperecedero en mí”, y que “estará cara a cara ante Aquel que es”? El mismo Jorge Manrique se quejaba de que prestamos al cuerpo demasiada atención, y por eso se nos duerme el alma:

Si fuese en nuestro poder
tornar la cara hermosa
corporal,
como podemos hacer
el alma tan gloriosa
angelical,
¡qué diligencia tan viva
tuviéramos cada hora,
y tan presta
en componer la cautiva,
dejándonos la señora
descompuesta!

Hoy tenemos muchos más medios para “tornar la cara hermosa, corporal”. Crece el interés por el tatuaje, la cirugía estética y el culturismo o “body building”. Tanto desvelo por el cuerpo no es necesariamente negativo, pues puede propiciar que en el cuerpo se busque la transcendencia. ¿Qué modo de vivir el cuerpo permite hallar en él el misterio? ¿Hay en el cuerpo, no solo superficie, sino también hondura?

Pensemos, por ejemplo, en la hondura del vientre materno, donde hemos recibido la vida, y donde se empezaron a anudar los vínculos con nuestros padres. “¡Recuerde el alma dormida…!”: si nuestra alma puede recordar, es porque el cuerpo guarda esta memoria primera. “¡Avive el seso y despierte!”: si nuestra alma puede despertar, es porque el cuerpo la saca de sus ensueños, al censarnos en una ruidosa familia.

Pensemos, además, en la hondura de la unión del hombre y de la mujer, hechos una sola carne para compartir la vida en alianza. La unidad de ellos es tan profunda que hunde en Dios sus raíces y por eso son capaces de prolongar la obra del Creador. Las lecturas de hoy detectan esta hondura, cuando invitan al esposo y a la esposa a juntarse orantes (cf. Jl 2,16).

Pues bien, esta hondura humana de la carne nos abre los ojos para reconocer cómo la carne está en el centro de nuestra fe. El Hijo del hombre asumió la carne, y toda su vida fue un largo camino para tatuar en su fondo, imborrable, la imagen de Dios. Cristo llegó hasta el fondo de la carne porque reconoció el origen de ella en el Padre y porque entregó su carne por los hermanos para formar un solo cuerpo. Llegó hasta el fondo de la carne porque bebió hasta las heces el cáliz de nuestro dolor sin que le detuviera la muerte. Llegó hasta el fondo de la carne porque, resucitando, reabrió para la carne las fuentes del Espíritu de vida, hasta que la carne misma pudiera decir: “no moriré del todo”, y permanecer de pie delante de Aquel que es.

Nuestro mundo se ha secularizado por haber olvidado el vínculo entre la carne y el misterio. Pues es en el cuerpo donde el Dios cristiano ha querido revelar su misterio de amor e invitarnos a abrazarlo. Por tanto, el interés de nuestra época por el cuerpo, con todas sus ambigüedades, puede leerse como una oportunidad para anunciar la salvación precisamente en ese lugar donde Dios ha querido ofrecerla.

Esta fue la gran intuición de san Juan Pablo II al proponer su “Teología del cuerpo” (cf. Juan Pablo II, Hombre y mujer los creó. Catequesis sobre el amor humano, Madrid, Cristiandad, 2000). Recogiendo el guante que nos lanzó, querría proponer en este libro la Cuaresma como un viaje al fondo de la carne.

Es importante que la Cuaresma no nos regala solo una palabra sobre el cuerpo, sino que nos invita a emprender un camino juntos para que el cuerpo se exprese. Pues el cuerpo habla a través de sus deseos, sus acciones, sus vínculos. Y por eso necesita de esas prácticas comunitarias en que los deseos, acciones, y vínculos, se orienten hacia la plenitud última del hombre: la unión con Dios. Lejos de negar la carne, las prácticas cuaresmales de oración, ayuno y limosna quieren enseñarnos de nuevo el lenguaje del cuerpo, capaz de abrir nuestras vidas hacia el misterio.

En la portada de este libro se ve una vidriera del artista alemán Sieger Köder. Representa a un hombre que abraza, cerca del corazón, la cruz de Cristo sufriente. El viaje al fondo de la carne es el que efectuó Cristo hasta la cruz, y es la plasmación de esta cruz en el corazón humano, suscitando así un amor nuevo.

Ahora bien, el título que puso Köder a la vidriera nos ayuda a mirar con atención y descubrir algo más. Este título es “Dios mío, Dios mío”, y se refiere al Salmo 22[21]: “¿Por qué me has abandonado?” La vidriera representa, por tanto, el grito descolorido de Jesús en la cruz, acosado en la imagen por los toros de Basán y las fauces de las fieras que descuartizan y rugen (Sal 22[21],13-14). Quien abraza a Cristo en cruz es, por tanto, el Padre mismo. El viaje al fondo de la carne, que el Crucificado llevó a cabo, nos muestra que en la carne se abre un camino hacia el misterio de Dios, que nunca abandonó a su Hijo, que lo acogió en sus brazos cuando inclinó la cabeza, que al tercer día lo resucitó.

Las páginas que siguen recogen una serie de pódcast pronunciados para comentar las lecturas de la misa diaria durante la Cuaresma de 2022. Salíamos entonces a trompicones de la pandemia del coronavirus y acababa de estallar la guerra entre Rusia y Ucrania. Van dedicadas al Papa Benedicto XVI, que hace poco concluyó su peregrinación terrena. Su gran empeño consistió en explorar las vías que, desde lo plenamente humano y en la comunión del cuerpo de Cristo, caminan hacia el abrazo final del Padre.

 

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José Granados

José Granados es teólogo dogmático y cofundador del Veritas Amoris Project. Entre 2010 y 2020 fue profesor ordinario de Teología Dogmática del Matrimonio y la Familia en el Pontificio Instituto Juan Pablo II de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia de Roma, del que fue vicedirector. Entre 2004 y 2009, fue profesor de teología en la sección de Washington DC del mismo Instituto Juan Pablo II. Es autor de numerosas publicaciones, entre ellas “Una sola carne, en un solo Espíritu. Teología del matrimonio” Ediciones Palabra 2014 y “Tratado general de los sacramentos”, BAC 2017.

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