La obra poética y teatral juvenil de Karol Wojtyła: Tradiciones, autores y fuentes del primer armazón de su pensamiento
Carmen Álvarez Alonso
Featured image: Józef Łoskoczyński, Cyprian Norwid, 19th century, Wikimedia Commons, PD-Old 80; Karol Wojtyla, Photo ID, cropped from a train pass issued on June 29, 1958, Wikimedia Commons, PD-published prior to May 23, 1994; Anonymous Artist, Potrait of John of the Cross, 17th century, Wikimedia Commons, PD-Old 100.
El siguiente texto ha sido presentado como la lectio inauguralis de la Jornada Lateranense de inauguración de curso del Instituto Juan Pablo II en Valencia, 7 de noviembre de 2022.
Hace ahora 80 años, en octubre de 1942, el joven Karol Wojtyła tomó la decisión de entrar en el seminario clandestino de Cracovia, que poco tiempo antes había puesto en marcha el cardenal Adam Stefan Sapieha. Wojtyła comenzó así sus estudios teológicos en la también clandestina Facultad de Teología de la Universidad Jaguelónica, mientras continuaba trabajando como obrero en la fábrica Solvay. En los pocos ratos libres –casi siempre nocturnos– que le dejaba el trabajo en la fábrica, Wojtyła estudiaba aquellos manuales de teología, que tan arduos y difíciles resultaban para un joven que, hasta entonces, había crecido intelectualmente en el ambiente artístico de la poesía, el teatro, la pintura y la música.
Muchos biógrafos caen en la tentación de situar en este momento de la vida de Wojtyła el nacimiento del futuro papa Juan Pablo II, desestimando, quizá, los 22 años anteriores de su infancia y juventud. Años todavía poco conocidos, en los que, sin embargo, se asentaron las raíces de su vocación sacerdotal, se estructuró la primera matriz cultural de su pensamiento, y se prepararon los fundamentos de su futura enseñanza magisterial. Este es el motivo que me ha llevado a exponer en esta ponencia una breve y sintética aproximación a las fuentes, autores y tradiciones que conformaron el primer armazón de su pensamiento. Nos encontramos aquí con el Karol Wojtyła más genuino y originario, el que aún no había pasado por el tamiz del tomismo, o de la fenomenología, y sin el cual no puede entenderse adecuadamente ni el Wojtyła filósofo, ni el Wojtyła teólogo, ni el Wojtyła que llegó a ser Juan Pablo II.
La poesía y el teatro no fueron para Karol Wojtyła una afición transitoria y accidental, sino el cauce primario y más connatural para expresar su mundo interior, para elaborar su pensamiento, y para dialogar con la cultura de su época y con el hombre de todos los tiempos. La temprana dedicación poética de Wojtyła crece entreverada con su pasión por el teatro, y ambas van desarrollándose y madurando al compás de su ritmo biográfico y personal. De hecho, su trayectoria literaria abarca 65 años de su vida, desde 1938 hasta el año 2003, y manifiesta una gran unidad interna, que, con los años, va avanzando linealmente hacia la madurez de un estilo literario propio y muy original.
1. Una aproximación a los escritos literarios juveniles de Karol Wojtyła
La obra literaria juvenil de Karol Wojtyła se sitúa en el primer periodo cracoviense. Está compuesta, en primer lugar, por los poemas de primavera, que Karol Wojtyła compuso desde 1938 hasta la primavera-verano de 1939, es decir, en los dos años, aproximadamente, previos a la II Guerra Mundial, que dio comienzo el 1 de septiembre de 1939. Son poemas inspirados en la gran alegoría de la primavera, con la que Wojtyła describe vistosamente la situación histórica, cultural, religiosa y nacional de Polonia, antes de la ocupación nazi. La primavera polaca evoca el Siglo de Oro de Polonia, protagonizado por las dinastías de los Piast y de los Jaguelones; se refiere también al esplendor artístico y cultural que vivió la nación durante el Romanticismo del siglo XIX; y describe, igualmente, ese momento histórico de los años de entreguerras, en los que Polonia presenció un rico y polifacético resurgir artístico. Karol Wojtyła perteneció precisamente a esta primera generación nacida y crecida en este ambiente de libertad de los años de entreguerras, que presenció un gran florecimiento literario. En sus poemas, nuestro autor ensalzará ese ambiente de libertad creadora y de entusiasmo artístico, que explica la primavera polaca previa a la Guerra, y que propició el surgir de su vocación literaria y sacerdotal.
El segundo grupo de escritos juveniles lo forman los poemas de otoño, escritos en los primeros meses del otoño-invierno de 1939. Además de ser una indicación cronológica, el otoño polaco se contrapone a la primavera polaca. Se trata también de una metáfora muy expresiva, que describe la situación de ocaso y de destrucción cultural, histórica y nacional, que en ese momento atravesaba Polonia, a causa de la ocupación nazi y de la guerra.
A estos dos grupos de poemas, compuestos entre 1938 y 1939, siguen en el tiempo las dos primeras obras de teatro de Karol Wojtyła que conocemos y que conservamos, tituladas Hiob y Jeremiasz. En una de sus cartas, Wojtyła menciona también el drama Dawid, el primero que escribió y que no conservamos, porque no se publicó en vida del autor, y, por lo tanto se ha perdido. Hiob y Jeremiasz fueron escritos en los primeros meses del año 1940, cuando el joven Wojtyła tenía apenas 20 años. En los planes de nuestro autor estaba que estos tres dramas formaran parte de una tetralogía, que, finalmente, no llegó a completarse. La trayectoria personal de Karol Wojtyła dio tal giro a partir del otoño-invierno de 1940, que ese primer gran proyecto teatral quedó sin terminar.
2. En Wadowice: los primeros versos y las primeas aficiones
El itinerario literario de Karol Józef Wojtyła comienza en Wadowice, la ciudad que también le vio nacer el 18 de mayo de 1920. Allí comenzó Karol sus primeros pasos, pero también sus “primeras palabras” y sus “primeras inclinaciones”, tal como él mismo recordará años más tarde, durante una de las visitas que realizó, siendo ya Papa, a su ciudad natal:
Con gran emoción contemplo esta ciudad de mis años de infancia, testigo de mis primeros pasos, de mis primeras palabras y de «las primeras inclinaciones», como dice Norwid (…). Aquí, en esta ciudad de Wadowice, comenzó todo para mí: la vida, la escuela, los estudios, el teatro... y el sacerdocio[1].
De sus padres, Karol Wojtyła y Emilia Kaczorowska, el joven Wojtyła recibió el testimonio de una piedad sólida, fina y veraz, que, nutrida en su experiencia poética y teatral, floreció años más tarde en su decisión de entrar en el seminario en octubre de 1942, como he dicho al principio.
Fue su padre quien le introdujo a edad muy temprana en la lectura de las grandes obras y autores del Romanticismo polaco, suscitando en el jovencísimo Karol un gran interés hacia la historia y la literatura nacional, y hacia los antiguos orígenes eslavos de la lengua polaca. Don Karol leía y declamaba para su hijo las obras de los grandes clásicos de la literatura polaca, y, como buen militar, se esforzaba por recrear ante él los relatos de los episodios gloriosos de la historia de la nación. Me gustaría resaltar este detalle de la infancia de Wojtyła, porque nos recuerda la misión insustituible de la familia en la educación de la dimensión patria del hombre. En la noción de patria se articulan la cultura y la tierra, la dimensión espiritual y material de una nación, y todo ese patrimonio cultural que hemos recibido como herencia de nuestros antepasados. La familia es la primera depositaria del vínculo natural que une a cada hombre con su patria y, por ello mismo, la tuteladora y la primera transmisora de todo ese acervo cultural que define la identidad espiritual de una nación.
La convivencia con el mundo judío y sus férreas tradiciones fue algo connatural en Wojtyła, desde muy temprana edad, pues eran muchos los judíos que, por entonces, se asentaban en la ciudad de Wadowice. De hecho, fue su amiga de infancia Ginka, perteneciente a una familia judía, la primera maestra de Wojtyła en el arte dramático, y descubridora del talento teatral que poseía su joven amigo. En el ambiente cosmopolita de la pequeña Wadowice también recibió Wojtyła la primera simiente de lo que, bastantes años más tarde, había de convertirse en el pensamiento europeísta de Juan Pablo II. Más que como fruto de la lectura y de la erudición, y antes que una idea o un proyecto, Europa fue en Karol Wojtyła una experiencia personal, que fue creciendo poco a poco, integrada, a través de la cultura, en su propio camino biográfico y, por tanto, en las raíces de su propia identidad.
Sirvan de ejemplo estos dos temas que acabo de señalar, la dimensión patria del hombre y el ideal de Europa, para apuntar que la enseñanza sobre el matrimonio y la familia, la paternidad y la maternidad, que Juan Pablo II plasmó con tanta originalidad y fecundidad en sus escritos magisteriales, hunde sus raíces en la experiencia de familia que él vivió en su hogar natal de Wadowice, junto a su hermano Edmund, y con el recuerdo de su hermana Olga, a quien Wojtyła no conoció, porque la niña murió al poco de nacer.
Los años que transcurrió en la única Escuela Secundaria de Wadowice, Karol Wojtyła compaginó los estudios con una intensa dedicación a la literatura y al teatro. Participó en declamaciones públicas, se implicó con gran protagonismo en grupos de teatro, e, incluso, llegó a dirigir bastantes representaciones escénicas. En 1934, con catorce años, Wojtyła ganó el segundo premio en un certamen de lectura poética, por la declamación de un difícil poema filosófico de Cyprian Kamil Norwid, titulado Promethidion. Esta obra se convirtió en una de las principales fuentes de inspiración para las primeras composiciones poéticas de Wojtyła. Editado en París, en 1851, Promethidiones una de las obras maestras de Norwid, perteneciente al primer período de su vida. La doctrina sobre el trabajo y su enfoque humanístico, muy novedoso para la época, que Norwid recoge en ese poema, tuvo una influencia decisiva en la revolución social que promovió el sindicato Solidarność, y que supuso el fin moral y político del comunismo en Polonia. El poema influyó mucho también en la filosofía y en la teología del trabajo que Juan Pablo II desarrolló en su encíclica Laborem exercens.
Volviendo a Wadowice, durante los años de estudio en el Liceo, Karol Wojtyła compuso ya su primera colección de poemas, conocida con el título Ballady Beskidzkie [Balada de los Beskides], dedicada a los montes Beskides, situados en los Cárpatos polacos. No fueron publicados en vida, por lo que no nos ha llegado ningún texto original, pero sabemos que eran poemas de estilo folclorista y tradicional, inspirados en el ambiente de la campiña montañesa, y salpicados de temas religiosos, de motivos costumbristas y regionales, y de escenas populares típicas de la vida de Polonia.
El 25 de mayo de 1938 los estudiantes del Liceo Marcin Wadowita y compañeros de clase de Karol Wojtyła se reunieron para festejar el término de los exámenes finales y de los estudios de Secundaria. Durante la fiesta, su amiga Danuta, compañera de Wojtyła en sus andanzas teatrales, le pidió que escribiera algo en el cuaderno de su diario. El jovencísimo y novel poeta Wojtyła escribió un breve poema de dos estrofas, y lo firmó con sus iniciales. Es el manuscrito poético más antiguo que conservamos de Karol Wojtyła, conocido por el primero de sus versos: Są takie święte, jasne dni [Hay días tan santos y claros].
Su gusto e interés por la literatura polaca y universal le movió a iniciar, en octubre de ese mismo año de 1938, los estudios de Filología polaca en la Universidad Jaguelónica de Cracovia. A lo largo de su primer año de estudios participó en numerosas tertulias y veladas poéticas, intervino en los encuentros de estudiantes de la sección literaria del Círculo de Literatura polaca, organizó debates sobre poesías, y reuniones de autores para estudiantes de lengua y literatura polacas.
La Universidad contaba por entonces con una antigua cátedra de Filología Románica, fundada en 1892, que ofrecía cursos de español y seminarios sobre literatura hispana, en los que se estudiaba a los grandes autores del Siglo de Oro español. No es difícil imaginar que Wojtyła fuera uno de los estudiantes que frecuentara alguno de estos cursos de hispanística; en ellos pudo familiarizarse con autores españoles de la talla de Gustavo Adolfo Bécquer, Calderón de la Barca, o Cervantes, entre otros. De Bécquer, Wojtyła evocará sus leyendas: El Miserere, El rayo de luna; y, a propósito de la primavera polaca, evocará el famoso verso del poeta español: “Volverán las oscuras golondrinas…”. En sus obras de teatro encontramos también trazos hispanos, especialmente la idea del theatrum mundi, y el tema del teatro en el teatro, de Calderón de la Barca. De Cervantes, Wojtyła se servirá a menudo de la figura de Don Quijote y del ideal del caballero andante para describir al hombre como un ser buscador, pasajero y transeúnte, un hidalgo que recorre los caminos de su propia interioridad, en busca de sí mismo y de su identidad. Conviene recordar que, hasta bien entrado el siglo XX, la obra cervantina y el mito quijotesco gozaron de una particular admiración en la literatura polaca. Wojtyła conocía el Quijote versionado de Fredro, Norwid o Słowacki, aunque fue la versión de Lopalewski la que más atrajo su interés.
Este es, a grandes rasgos, el contexto histórico y biográfico en el que nacen los primeros poemas y dramas teatrales conocidos de Karol Wojtyła. En ellos quedará ya sólidamente establecido el primer cimiento de su pensamiento, especialmente en lo que se refiere a su visión del hombre. La poesía y el teatro serán también los primeros surcos donde comience a caer la simiente de su futura vocación sacerdotal.
3. La primera matriz cultural de Wojtyła: autores, fuentes y tradiciones
Karol Wojtyła tenía el don innato de la lírica y del teatro, pero, también se subió a hombros de gigantes, pues supo beber con originalidad de sus primeras fuentes literarias, a saber: la Sagrada Escritura, la tradición eslava, la cultura griega y romana, los grandes autores del Romanticismo polaco, la tradición caballeresca y medieval, el hispanismo polaco, y la doctrina mística de san Juan de la Cruz.
Ya desde las primeras composiciones de Karol Wojtyła, tanto poéticas como teatrales, se advierte que la fuente de inspiración fundamental de su obra es la Sagrada Escritura, el culto cristiano, la vivencia personal de su fe y su relación con Dios. El autor que aflora en los poemas juveniles es profundamente piadoso, y muy maduro en su fe, con una inclinación excepcional hacia la vida de oración. Y, sin embargo, muy pocas veces Wojtyła menciona a Dios directamente. Apenas encontramos en sus poemas pinceladas autobiográficas, pero sí una continua explanación de la interioridad religiosa de su autor. Algunos poemas contienen originales imágenes poéticas de una gran carga teológica y bellísimas reflexiones de un elevado tono místico.
La tradición eslava es otra de las fuentes principales de inspiración de las poesías juveniles de Wojtyła. El elogio de la polonidad, el interés por lo folclórico y regional, el cultivo del más antiguo tronco eslavo y de todo aquello que constituye lo que Wojtyła llama el “alma eslava” de Polonia, responde a una de las tendencias estilísticas del neoromanticismo literario de su época, pero también es expresión del interés de nuestro poeta por cultivar sus raíces patrias y salvaguardar las señas de su identidad personal. La evocación del paisaje, la naturaleza, o la vida campestre, que encontramos en estos poemas nos recuerda, a veces, el ambiente bucólico de la antigua poesía pastoril. Sin embargo, dada la gran admiración y devoción que Wojtyła tenía hacia la figura y la espiritualidad de san Francisco de Asís, el tratamiento que nuestro autor hace del paisaje poético bien puede entenderse desde la influencia de esa tradición franciscana, que, por otra parte, está también presente en la obra poética de san Juan de la Cruz. Motivos como la fuente, o la montaña, que aparecerán todavía en Tríptico romano, la última obra poética de Wojtyła, pueden remontarse a esta tradición franciscana y sanjuanista.
En cualquier caso, más allá de su valor estético y literario, Wojtyła evoca la tradición eslava para plantear el tema de la relación identitaria del hombre con su patria, con su cultura y con su historia, apremiado, quizá, por el ambiente bélico en el que escribe sus poemas. Polonia sufría entonces una voraz campaña de despolonización, en la que se destruía todo vestigio de su antigua cultura eslava, en favor de una germanización y rusificación política y cultural. En cualquier caso, el elogio de la polonidad y esa fascinación por lo regional y nativo es también una muestra del interés de Wojtyła hacia el hombre concreto y hacia lo concreto del hombre.
En este contexto de la tradición eslava, me gustaría destacar la originalísima interpretación que hace Wojtyła de la tradición de las hogueras de la noche de san Juan, que en Polonia se conocen como las fiestas de Sobótka. La ritualidad y el folclore de estas antiguas fiestas eslavas precristianas giran en torno a la noche, el fuego, la luz y las llamas. Esos símbolos estaban vinculados a las ancestrales creencias animistas y panteístas que dieron origen a las fiestas precristianas de Sobótka. Wojtyła reinterpretará esas tradiciones desde la simbólica poética de san Juan de la Cruz. Las fiestas de Sobótka serán, para nuestro autor, una bella imagen que describirá la experiencia de la noche mística sanjuanista, la acción del fuego del amor divino en el madero ardiente del alma, y la luz de la llama divina, que purifica e ilumina la noche del hombre, para transformarlo y conducirle hacia la unión con Dios.
Fiel a las tendencias del Romanticismo, en sus poemas Wojtyła recoge también la herencia de la antigua tradición clásica. El mundo grecolatino es elogiado a través de abundantes alusiones a sus mitos, a su arquitectura y monumentos, a sus personajes y a sus lugares más emblemáticos. Así, por ejemplo, en sus comentarios sobre las ciudades de Esparta y Atenas, resuena una libre reinterpretación, en clave patriótica y cultural, del tema de las dos ciudades de san Agustín. Si el amor es el principio que da origen y consistencia a las dos ciudades, según afirma el santo de Hipona, para Wojtyła, será el principio de la libertad, el que inspire el diferente modelo de civilización representado en Esparta y en Atenas. En esta conocida temática agustiniana, Wojtyła encontrará una clave de comprensión de la situación que atravesaba entonces la nación polaca: dos culturas, dos visiones del hombre y dos maneras opuestas de ejercer la libertad luchaban antagónicas en la Polonia sacudida por la ocupación nazi y por la guerra. Este argumento de la relación entre la libertad y la cultura será, años más tarde, uno de los temas más tratados en los documentos del pontificado de Juan Pablo II. El Papa recordará a menudo que en la relación entre la identidad cultural y la libertad está en juego la soberanía de una nación y, por tanto, la soberanía del individuo.
Wojtyła, como Cyprian Norwid, o Stanisław Wyspiański –y en general los autores románticos–, admira el antiguo teatro clásico, en especial la gran tragedia griega. Así, por ejemplo, en el trasfondo de la obra titulada Hiob se advierte un diálogo de Wojtyła con el mito de Prometeo, pero también con los grandes héroes del drama romántico polaco, que, de diverso modo, recrearon el famoso mito esquíleo. Wojtyła dialoga con el prometeísmo romántico encarnado en el Konrad de Adam Mickiewicz, en el Kordian de Juliusz Słowacki, o en el Fausto de Goethe, pero también con la cristología prometeica, formulada por uno de sus autores más representativos, Edgar Quinet. Al ideal romántico del hombre rebelde y prometeico, Wojtyła responderá con la idea del hombre que ha sido salvado y transformado en Cristo, anticipando ya lo que habría de ser el núcleo teológico central de su primera encíclica, Redemptor hominis. De igual modo, también la figura paterna de Job servirá a Wojtyła para plantear en esa misma obra, Hiob, el tema de la relación paterno-filial en diálogo con el mito de Edipo, tal como lo elabora Sófocles en su tragedia Edipo rey.
Pero, Wojtyła dialoga también con otros autores de la tradición clásica. Por ejemplo, con Pitágoras, recordándole la imposibilidad de medir con la sola racionalidad numérica la totalidad de lo real. En una sutil crítica al cientifismo racionalista y al conocimiento meramente sensible y experimental, el poeta Wojtyła sugiere en sus versos que limitar el conocimiento a lo mensurable y racional es como pretender ver y conocer en la oscuridad de la noche. A la cosmogonía pitagórica y a su idea de una racionalidad matematizante, representada en el conocido tema de la música de las esferas, Wojtyła responderá con una original y peculiar interpretación musical de la cosmogonía cristiana y de la doctrina de la creación.
No puedo detenerme aquí a exponer la gran variedad de obras y autores del Romanticismo polaco con los que el joven Wojtyła dialoga en sus obras. Entre ellos, será Norwid quien ejerza sobre nuestro autor un influjo y un atractivo especial en sus composiciones poéticas. El bardo inspirará a Wojtyła en grandes temas, como su modo de entender la misión del arte, la belleza del hombre, la visión humanista del trabajo, la idea de la verticalidad gótica y la horizontalidad renacentista del hombre, el carácter sacro de la creación artística, la similitud entre la experiencia poética y la experiencia mística, la relación entre la verdad y la belleza, la concepción de la belleza como una forma del amor, la unidad entre lo objetivo y lo subjetivo del hombre, y un largo etc. En cambio, para el teatro hay que señalar como gran referente a Stanisław Wyspiański, el gran reformador del teatro polaco. En la línea del concepto de «arte total», que el gran Wyspiański cultivó en sus espectáculos escénicos, también Wojtyła armonizará la épica, la lírica y la dramática con lo novelesco, lo hímnico, lo bíblico y lo oracional; o combinará diversos registros artísticos, dentro de un mismo poema, mezclando la música, la arquitectura, la pintura, la danza, o el teatro. El recurso frecuente a la alegoría, la concatenación de imágenes simbólicas, la superposición de planos temporales y espaciales, y la estratificación de los temas y argumentos, son algunos de los rasgos que acercan el teatro de Wojtyła a la tradición del gran teatro simbólico de Stanisław Wyspiański.
Por cierto que, del drama romántico, Wojtyła asumirá el tratamiento interiorista del héroe y de los personajes, como hicieron, por ejemplo, Adam Mickiewicz, con Gustaw Konrad, el héroe de su obra Los Antepasados, o también Juliusz Słowacki, con el protagonista principal del drama Kordian. Sin embargo, Wojtyła se aleja de la comprensión romántica de la interioridad humana, que la concibe como el dominio propio de lo pasional e irracional, y reinterpretará el drama interior de sus personajes desde la perspectiva mística de san Juan de la Cruz. La subjetividad en Wojtyła es concebida como el ámbito del dominio y de la expresividad del «yo», el lugar más propio de la persona, pero también como un espacio místico, en el que el hombre se encuentra con Dios, y es transformado por su acción sobrenatural.
4. Wojtyła y las fuentes del misticismo español. Reformulando la tesis sanjuanista
Como ya he comentado, Wojtyła tuvo ocasión de conocer de cerca el hispanismo polaco durante el primer año de estudios en la Universidad de Cracovia, en 1939. Aunque en sus composiciones líricas podemos encontrar muchos elementos sanjuanistas, sin embargo, la estela literaria y espiritual del místico español está más desarrollada y articulada en sus dramas teatrales. La alegoría de la noche, el fuego y la luz, el simbolismo del pastor, el tema de la subida del monte, la imagen de las brasas ardientes y del camino, son solo algunos de los temas sanjuanistas que aparecen evocados en los poemas juveniles de Wojtyła. En cambio, la experiencia de la noche mística, concebida como un camino de fe y de transformación espiritual del hombre, o la dinámica unitiva «fe-contemplación-unión», aparecen mucho más elaboradas y acabadas en las obras de teatro. Mientras que la poesía de Wojtyła dialoga especialmente con los poetas románticos de la noche, sobre todo con el misticismo panteísta de Novalis, los protagonistas de sus obras de teatro se ponen en diálogo con los héroes de los grandes dramas románticos, precisamente en aquello que más les caracteriza, que es el tratamiento interiorista del héroe y su proceso de transformación interior. Wojtyła convertirá ese drama interior de los héroes románticos en una personificación de la experiencia mística de la noche según san Juan de la Cruz.
En el drama Jeremiasz, por ejemplo, se aprecia la huella sanjuanista, desarrollada a partir de la imagen de una vidriera atravesada por la luz que ilumina sus cristales de colores. Wojtyła la menciona en el acto I de su obra. Se trata de una alusión a la vidriera que realizó Stanisław Wyspiański, y que se encuentra en la Iglesia de san Francisco de Asís, de Cracovia, adosada al monasterio de Franciscanos conventuales. Este templo fue uno de los lugares más visitados por Wojtyła durante su estancia en Cracovia. Pero, también san Juan de la Cruz cita la imagen de la vidriera en el Libro Segundo de la Subida del Monte Carmelo, para introducir su doctrina acerca de la fe considerada como medio proporcionado para la transformación del alma y su unión con Dios. Pues bien, los dos protagonistas del drama Jeremiasz, el Padre Skarga y el hetman Żółkiewski, encarnan al hombre de la fe, al que se refiere san Juan de la Cruz en su Libro Segundo de la Subida del Monte Carmelo. En la historia de estos dos héroes queda personificada, de manera sutil y muy estilizada, la dinámica sanjuanista «fe-contemplación-unión». Por cierto que precisamente este tema de la fe, considerada como medio proporcionado para la unión del alma con Dios, y este Libro Segundo de la Subida del Monte Carmelo, que aparecen ya tratados en la obra de teatro Jeremiasz, fueron el objeto de estudio de la disertación doctoral que Karol Wojtyła presentó, años más tarde, en el Angelicum de Roma.
En los personajes de Wojtyła está arquetipizado el hombre en cuanto sujeto místico y teologal. Sus dramas teatrales sugieren que, en la definición del hombre, hay que considerar también su dimensión mística y sobrenatural. La sola razón, o la sola naturaleza, no son suficientes para explicar al hombre. En sus dos obras de teatro ese elemento sobrenatural no se superpone de manera extrinsecista a la estructura antropológica del hombre y a la interioridad del sujeto, sino que se integra en ella como un principio perfectivo interior a la propia persona. Será la fe del sujeto, en conjunción con su libertad y su autodeterminación, el principio que posibilite la integración de esa realidad sobrenatural y mística dentro del proceso autoperfectivo del hombre.
En realidad, la consideración del hombre como sujeto místico sirve a nuestro autor para introducir el tema de su estructura e identidad relacional, muy lejos del hombre místico idealista y subjetivista de Novalis, en quien el elemento sobrenatural acaba naturalizado y atrapado en la propia inmanencia del sujeto. En Wojtyła, el camino hacia la propia interioridad conduce al hombre, primero, hacia su autotrascendencia, es decir, hacia la relación del sujeto consigo mismo como un «otro», y, en segundo lugar, hacia la relación trascendente con Dios, es decir, con ese «Otro» que está presente y operante dentro de él. El «yo» de Wojtyła es y coexiste radicalmente con el «otro/Otro», en ese espacio interior que es la propia subjetividad. Es ahí, en el hondón de esa interioridad, donde el sujeto puede autotrascenderse y abrirse al encuentro con ese «Otro» que es Dios, pero también con ese «otro» que es el propio sujeto para sí mismo. Esta comprensión de la subjetividad humana como una realidad autotrascendente e interiormente abierta a la comunión y al don de sí muestran la raíz sanjuanista de esos grandes pilares que sustentarán el pensamiento de Juan Pablo II sobre el amor, el matrimonio y la familia, a saber: la interpersonalidad, la relacionalidad, la autotrascendencia, la comunión, el don de sí, etc.
El análisis interno de las obras y textos de Karol Wojtyła muestra cómo algunas temáticas y símbolos poéticos de la doctrina mística de san Juan de la Cruz están ya muy presentes en la obra literaria juvenil de Karol Wojtyła. En contra de cuanto afirman la mayoría de los biógrafos de Wojtyła, sostengo la tesis de que el acercamiento de nuestro autor a los escritos y a la mística de san Juan de la Cruz pudo suceder mucho antes del encuentro con el laico Jan Leopold Tyranowski, que los biógrafos sitúan en marzo de 1940.
En realidad, el contacto de Wojtyła con la tradición carmelita comienza ya en sus años de infancia. En su ciudad natal de Wadowice existía un monasterio de Carmelitas Descalzos, muy cerca del hogar de Wojtyła, que impulsaba la devoción mariana a través de la práctica del escapulario de la Virgen del Carmen. Karol frecuentó a menudo con su padre ese convento y su iglesia, en la que recibió el escapulario, a los diez años, coincidiendo con su Primera Comunión. Esta cercanía con la tradición carmelita continuó después durante su estancia en Cracovia, en donde Wojtyła siguió manteniendo contacto con los monasterios carmelitas que había entonces en la ciudad. Mientras que las visitas al monasterio masculino de Carmelitas Descalzos fueron más esporádicas, la relación con los dos monasterios femeninos fue mucho más frecuente. En el monasterio masculino llegó a realizar una vez sus Ejercicios Espirituales. Estos contactos fueron, sin duda, una óptima ocasión para familiarizarse cada vez más con los autores del misticismo español, y especialmente con los escritos de san Juan de la Cruz.
Además de este acercamiento espiritual y de carácter piadoso a la tradición carmelita, fue también decisivo, como he dicho antes, el buen hacer académico de la cátedra de Filología Románica de la Universidad Jaguelónica, y los cursos de hispanismo que ofrecía a los estudiantes. En ese ambiente académico Wojtyła pudo incrementar aún más el conocimiento de los autores de la mística española, especialmente de san Juan de la Cruz. Precisamente en el año 1939, en el que Wojtyła comenzó sus estudios universitarios, la profesora Ciesielska-Borkowska defendió en esa Universidad una Tesis doctoral que fue pionera en el área de los estudios hispánicos en Polonia. La Disertación trató sobre los autores místicos del Siglo de Oro español y su penetración en las obras literarias polacas. No es difícil imaginar que, dado el interés de Wojtyła por la figura y la obra poética de san Juan de la Cruz, nuestro estudiante asistiera al acto de defensa de Tesis de la profesora Borkowska.
Conviene tener en cuenta, además, que, en esta época, la influencia de lo español era una variable muy importante en la conformación de la cultura polaca. El misticismo español, que durante los siglos XVI y XVII era conocido en Polonia solo en el ámbito de los monasterios, en el siglo XIX encontró amplia resonancia entre los grandes literatos románticos que se encontraban exiliados en Francia y en Bélgica. No conviene, por tanto, desestimar tampoco la probabilidad de que Wojtyła también se hubiera familiarizado con los místicos españoles a través de la vía literaria de los grandes poetas del Romanticismo polaco.
Cuando en los primeros meses del año 1940, antes de su encuentro con Tyranowski, Wojtyła se encuentre ultimando la redacción de su obra Hiob, nuestro autor llevaba consigo el suficiente conocimiento de las obras de san Juan de la Cruz como para poder incorporarlo al drama interior del héroe de su obra. En cambio, a partir de marzo de ese mismo año, será Jan Tyranowski quien se encargue de incorporar, de una manera más teologal y experiencial, la ascética y la espiritualidad mística de san Juan de la Cruz, al camino biográfico y espiritual de Karol Wojtyła.
En noviembre de 1939, con motivo de la Guerra, se cerró la Universidad y Karol vio truncados sus proyectos de dedicación al teatro. Siguieron meses en los que se dedicó por su cuenta al estudio de los grandes clásicos del Romanticismo polaco, a la lectura de la Sagrada Escritura y a perfeccionar el conocimiento del francés. Mientras tanto, Wojtyła seguía implicado con entusiasmo en la preparación y representación de las obras del Teatro rapsódico, pero también comenzó a frecuentar más la parroquia de su barrio de Dębniki, en el que Wojtyła se había instalado desde el verano de 1938. Invitado por unos amigos, Karol comenzó a participar en las reuniones y en los grupos del Rosario Viviente que dirigía Tyranowski. Poco a poco fue creciendo su amistad espiritual, y la colaboración de Wojtyła en la labor de acompañamiento y dedicación a los jóvenes de la parroquia. Las clases de latín que Wojtyła daba a su amigo Mieczyslaw Malinski responden a ese espíritu de fraternidad y de ayuda mutua que se respiraba en el ambiente de esos grupos parroquiales.
Su camino de fe y de piedad, la vivencia de la guerra, su trabajo como obrero en la fábrica, su experiencia poética y su dedicación al teatro, nutrida y labrada en su actividad literaria y en el diálogo con tantas tradiciones y autores, fueron preparando lentamente el momento en que despuntó con fuerza la llamada al sacerdocio, en la primavera-verano de 1942. El propio Wojtyła se refiere así a esta relación entre su vocación al sacerdocio y su dedicación artística:
Comprendí más tarde que los estudios de filología polaca preparaban en mí el terreno para otro tipo de intereses y de estudios. Predisponían mi ánimo para acercarme a la filosofía y a la teología[2].
Durante la tarde de uno de los ensayos de una obra de teatro, Wojtyła comunicó a todos su decisión de ser sacerdote. Sus compañeros rapsodas agotaron todos los argumentos para hacerle recapacitar en su elección. Es evidente que no lo lograron, a pesar de que el intento de persuasión se prolongó durante varios días.
5. Conclusión
Termino mi intervención agradeciendo de nuevo esta ocasión en la que he podido exponer un tema tan novedoso y fascinante, como es la época literaria juvenil de Karol Wojtyła, y su importancia como cimiento y primera matriz cultural del pensamiento de Juan Pablo II. Espero que sirva también como acicate y estímulo para seguir profundizando en este coloso y titán del matrimonio y la familia, cuya fecundidad de pensamiento, a día de hoy, sigue danto tantos frutos.
[1] Cf. JUAN PABLO II, Viaje apostólico a Polonia (5-17 de junio de 1999). Homilía en la celebración de la Liturgia de la Palabra. Wadowice, 16-6-1999.
[2] Cf. JUAN PABLO II, Don y misterio, 22.
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