Publicado originalmente en: J. Granados – L. Melina, 2.4/" target="_blank" rel="noreferrer noopener">La verdad del amor. Herencia y proyecto, Didaskalos, Madrid 2
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22, 11-18.
2.4/" target="_blank" rel="noreferrer noopener">Este libro recoge las intervenciones del congreso organizado el 8-9 de mayo de 2
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21 por la diócesis de Alcalá de Henares en colaboración con el Veritas Amoris Project. Se trata de un proyecto sobre la “verdad de amor” que se lanzó precisamente en tal congreso. Sirvan las líneas que siguen para adelantar la respuesta a la pregunta que este libro quiere responder: ¿por qué este proyecto y por qué este nombre?
La idea y la necesidad de la iniciativa Veritas Amoris surgió en conversaciones y diálogos entre algunos de los profesores que durante muchos años habíamos trabajado juntos en el Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, en la sede central de Roma y en las distintas secciones internacionales.
El trabajo común había sido, en primer lugar, una experiencia rica y fundante, que nos permitió verificar la fecundidad de la propuesta de San Juan Pablo II para la vida de las familias, para la pastoral de la Iglesia y para el pensamiento teológico. Había sido, además, una experiencia novedosa y creativa, de fruto para la inteligencia y que incidía en la vida, capaz de formar personas en el trabajo pastoral y en la enseñanza e investigación. Había sido, finalmente, una experiencia de comunión y, diríamos también, de familia, en la que comprobamos cuán certero era el lema de San Alberto Magno: “buscar la verdad en la dulzura de la amistad”.
Estos años fecundos nos han hecho ahora preguntamos: ¿cómo podemos seguir estando al servicio de la Iglesia y de la familia en la sociedad? Entendimos que debíamos seguir siendo fieles a la herencia recibida, desarrollándola con actitud constructiva. En esto nos ha sido de gran apoyo y consejo la compañía mutua, y también con nuestros estudiantes, con nuestras familias, y con muchos colegas de todo el mundo.
Quisiéramos indicar de forma muy sintética dos puntos fundamentales que conciernen a las razones inspiradoras del proyecto Veritas amoris: el primer punto se refiere a la situación de crisis en que nos encontramos; el segundo, a las sendas de fecundidad que nos parece necesario abrir en esta situación histórica.
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Podemos empezar con una frase del venerabile Fulton Sheen, que ya en 1947 se preguntaba: “¿Por qué tan poca gente se da cuenta de la gravedad de nuestra crisis actual?”. Y respondía: “Sólo los que viven según la fe saben realmente lo que está pasando en el mundo”[1]. También el primer presidente del Instituto Juan Pablo II, el cardenal Carlo Caffarra, afirmó poco antes de morir: “Sólo un ciego puede negar que en la Iglesia de hoy hay una gran confusión”[2].
Dada la gravedad de la crisis, se explica que nos incomode mirarla de hito en hito. Acaba de publicarse en Italia un libro de un historiador de la Iglesia, Andrea Riccardi, que expone la tremenda situación del cristianismo hoy, sobre todo en Europa, pero también en todo el mundo occidental: “La Iglesia arde. Crisis y futuro del cristianismo”[3]. El autor no es ningún “agorero”, sino una personalidad fuera de toda sospecha de restauracionismo, nada menos que el fundador de la Comunidad “san Egidio”. Su diagnóstico es crudo y termina con una inquietante pregunta: ¿ha llegado el cristianismo en Occidente a su fase terminal? ¿Hemos pasado el punto de no retorno del proceso destructivo de la fe cristiana?
Juan Pablo II identificó, en su día, un camino para superar la crisis, que pasaba por unir la pregunta por la fe cristiana a la pregunta por el verdadero amor. Y es que la crisis de la fe es inseparable, según el santo Papa polaco, de la crisis del amor, relegado por la modernidad a un bello sentimiento, pero incapaz de que sobre él se construya la vida. La gente aprecia el amor, le gusta tenerlo como ingrediente de sus días, pero no se fía de él. Es decir, no se fía de que sea posible edificar sobre él algo que dure y que no se quede solo en experiencia privada, sino que edifique la vida común.
Y esta crisis del amor, decíamos, es inseparable de la crisis de la fe cristiana, porque la fe cristiana confiesa que Dios se ha revelado como la plenitud del amor, y lo ha hecho precisamente a través del amor humano. Esto conlleva que la verdad total de Dios se ha mostrado en un amor concreto, corporal, al enviar a su Hijo hecho hombre, que nació, trabajó, sufrió, resucitó en un verdadero cuerpo. De ahí que la experiencia de que el amor tiene una verdad, experiencia que se da singularmente en el matrimonio y la familia, nos disponga para acoger la presencia de Dios en medio de nuestro cuerpo y de nuestro tiempo. Y esta acogida es el centro de la fe.
De hecho, la pérdida de una verdad del amor corre hoy en paralelo con la dificultad para anunciar y vivir la fe. Por lo que toca a los temas del amor humano, del matrimonio y de la familia, se está produciendo lo que se ha llamado, con razón, una “deregulation” antropológica, es decir, el intento de reinventar, según la visión de cada uno, lo que significa la diferencia de los sexos, lo que implica ser hombre o mujer, el significado de la palabra “familia”...
La tesis de fondo es que el amor no tenga verdad, o tenga solo la verdad que cada uno quiere asignarle. Pero recordemos a Antonio Machado:
¿Tu verdad? No, la Verdad,
y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela[4].
El poeta recuerda que no existe una verdad tuya o mía, sino nuestra, y que es preciso buscarla juntos. Y esto es así, precisamente, porque la verdad es inseparable de la comunión. Así como una verdad sin amor nos resulta fría y distante, así un amor sin verdad es también a la larga frío, pues no nos permite salir de nosotros mismos, sino que nos encierra en nuestro sentimiento.
En uno de sus últimos grandes discursos, ante la Curia Vaticana para felicitar la Navidad en 2
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12, también el Papa Benedicto XVI sostuvo que la cuestión de la familia está íntimamente relacionada con la cuestión misma de la identidad humana y por tanto con la cuestión de Dios. En efecto, si perdemos la experiencia de ser hijo e hija, hermano y hermana, marido y mujer, padre y madre, se destruirá a la vez la base natural del lenguaje para hablar de Dios, que se ha revelado como esposo de Israel, a quien invocamos como Padre nuestro, quien nos ha enviado como hijo suyo y hermano nuestro a Jesús, y nos ha regalado a la Iglesia madre.
La tentación para la Iglesia consiste hoy en adaptarse a la visión mundana de una verdad privada y de un amor como mero sentimiento. Pues entonces se deforma la misma fe cristiana, que queda atrapada en el emotivismo y es incapaz de sostener la vida común de los hombres. Podemos citar una frase del entonces Cardenal Ratzinger quien, refiriéndose a la cruz, propone también nuestro tema de fondo: el vínculo entre la verdad y el amor:
Un Jesús que está de acuerdo con todo y con todos, un Jesús sin santa ira, sin la dureza de la verdad y del verdadero amor, no es el verdadero Jesús tal como lo muestra la Escritura, sino una miserable caricatura suya [...] Un verdadero perdón es algo muy distinto a un débil dejar hacer [...] Un Jesús que lo aprueba todo es un Jesús sin cruz, porque de este modo no hay necesidad del dolor de la cruz para salvar al hombre. Y de hecho la cruz está siendo cada vez más expulsada de la teología. […] La cruz como expiación, la cruz como forma de perdón y salvación no se ajusta a un determinado patrón de pensamiento moderno. Sólo cuando se aprecia bien la conexión entre la verdad y el amor, la cruz se hace comprensible en su verdadera profundidad teológica. El perdón tiene que ver con la verdad y, por tanto, exige la cruz del Hijo y demanda nuestra conversión. El perdón es precisamente restauración de la verdad, renovación del ser y superación de la mentira que se esconde en todo pecado [subrayado nuestro][5].
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¿Qué quiere el Señor de nosotros en este momento de crisis y de prueba? La primera actitud es ciertamente la fe en la Providencia, que no sólo no nos abandona, sino que se sirve de las pruebas para purificarnos, para hacernos crecer y para hacer crecer el Reino de Dios. “Los racimos que dan fruto los poda para que den más fruto” (Jn 15,2). En la Iglesia naciente, la persecución de la Iglesia de Jerusalén y la dispersión de los discípulos fueron la ocasión para una difusión misionera de la palabra de Dios (cf. Hch 8,1-4).
Además, lo que nos mueve y determina no es la difícil situación de crisis, por grave que sea. Es decir, no actuamos por reacción a los problemas que nos aquejan, sino por la grandeza de los dones que se nos han confiado. Lo que nos mueve es la belleza del plan de Dios sobre el matrimonio y la familia y el esplendor de la fe cristiana en el amor. Pues cuando Juan Pablo II dijo “No tengáis miedo”, se refería sobre todo al miedo a acoger la llamada de Dios al amor. Es decir: no tengáis miedo a vivir a la altura del amor que Dios mismo os ha mostrado y de la grandeza que este amor promete.
Los fines que buscamos con el Veritas Amoris Project están inspirados por la fe y por la experiencia vivida. En primer lugar, está la importancia de salvar una comunión viva donde se fomenta la búsqueda de la verdad. Se trata de custodiar la gracia de la amistad, no sólo como un consuelo, sino como un método de trabajo. De este modo se podrá trabajar en la promoción y el apoyo de aquellas “minorías creativas” que llevan en sí mismas la esperanza y la semilla del futuro, pero que en este momento se encuentran poco apoyadas y se sienten solas y más bien abandonadas. Por lo tanto, es necesario crear redes y ofrecer oportunidades e instrumentos de formación, de juicio, de presencia.
En segundo lugar, en cuanto al contenido, nuestro proyecto se centra en la “verdad del amor” como clave para ofrecer luz y fuerza a la sociedad actual y a la Iglesia. Pues el amor salva al hombre cuando le ayuda a salir de sí mismo y a trabar alianzas con los hermanos, en camino hacia una plenitud transcendente. O, en otras palabras: el amor salva al hombre si el amor es inseparable de la verdad. De este modo nuestro proyecto se pone al servicio de la edificación del bien común, que se basa sobre la verdad compartida. Además, la confesión de una verdad del amor es decisiva para aceptar la fe cristiana. Pues solo desde una verdad del amor es posible confesar que la Palabra, que es la verdad de Dios, se ha hecho carne y ha habitado entre nosotros, para revelar la plenitud del amor.
La teología del cuerpo de San Juan Pablo II y la teología del amor, propuesta por el Papa Benedicto XVI, pueden mostrar su fecundidad en el camino que el Papa Francisco indica a la Iglesia de hoy: el de la solicitud y el realismo pastoral, que sabe inclinarse sobre las situaciones concretas para curar las heridas y rehabilitar al enfermo, con vistas a que pueda reemprender la ruta. Se trata de un reto enorme, que demuestra la insuficiencia, tanto de repetir las normas, como de contentarse con adaptarlas a la fragilidad humana. Se pone así en primer plano la urgencia de regenerar al sujeto moral cristiano y, por tanto, la primacía de la formación moral.
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2.261424">F.J. Sheen, “Signs of Our Times”, en Íd., Light Your Lamps, Our Sunday Visitor, Huntington, IN 1958, 5-17. ↑
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Entrevista con Matteo Matzuzzi, aparecida en Il Foglio el 14 de enero de 2
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Cf. A. Riccardi, La Chiesa brucia: crisi e futuro del cristianesimo (Laterza, Bari – Roma 2
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21). ↑
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A. Machado, Proverbios y cantares 85 (Madrid 2,
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3). ↑
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Cf. J. Ratzinger, Guardare Cristo. Esercizi di fede, speranza e carità, Jaca Book, Milano 1989, 76. ↑
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Quienes somos
El Veritas Amoris Project se centra en la verdad del amor como clave para comprender el misterio de Dios, de la persona humana y del mundo, proponiéndola como perspectiva que proporciona un enfoque pastoral integral y fecundo.