Discurso en el V Encuentro Caminos de la Verdad, «La caridad, luz para el camino: virtudes, sacramentos, Iglesia», que tuvo lugar en Roma del 8 al 10 de febrero de 2024.
Desde la década de los años ochenta, la ética del cuidado ha ido creciendo como una propuesta en el ámbito de la psicología y la filosofía moral con muchas derivaciones prácticas. Surgió como una reacción contra la unilateralidad de la psicología de Piaget y Kohlberg en algunos planteamientos deficientes. La pionera más conocida es Carol Gilligan que, con su obra In a Different Voice, abrió un amplio debate. En los primeros años las aportaciones estaban teñidas de una confrontación de corte feminista, contra el dominio del patriarcado. Se proponía la ética del cuidado frente a la ética de la justicia. Aquella nueva perspectiva venía a cubrir los ángulos oscuros que omitía la mera justicia. Se oponían ambas como contrapuestas. Posteriormente el debate se enriqueció con perspectivas más sosegadas desde el ámbito médico, psicológico y filosófico, de modo que se proponía como una ética complementaria que rescataba una visión de la humanidad frágil, de la dependencia, de la ternura y la cercanía. Por ejemplo, ante el reparto de tareas sanitarias -cuidar y curar- se defendía que el cuidado no era solo competencia de las enfermeras, sino también de los médicos. Se ampliaba la perspectiva del cuidado a todos los profesionales sanitarios, incluidas las familias. Se extendía la ética del cuidado a diversos sectores de la sociedad, incluida la política y la economía. De este modo, muchos pensadores tanto en América, como en Europa incorporaron esta perspectiva en sus reflexiones. En las últimas décadas, esta ética del cuidado se ha aplicado a múltiples sectores: ecología, familia, educación, etc.
Sin embargo, ha recibido serias críticas sobre aspectos sin resolver o muy débiles. La misma Martha Nussbaum, firme defensora de esta ética, prefiere fundamentarse en la ética de la justicia de Rawls, que es visto por las pioneras del cuidado, como una especie de enemigo a batir. Una de las dificultades apuntadas es la incapacidad de una universalidad de esta ética, debido a la importancia de la cercanía, del contacto personal, de las circunstancias tan particulares. Este enfoque, tan relevante en la práctica del cuidado, impide una ampliación a la universalidad. En esto se halla en inferioridad respecto a la ética de la justicia.
Dentro de la reflexión teológica aún no ha habido una seria profundización, aunque está ya presente en los documentos magisteriales tanto de Benedicto XVI y sobre todo de Francisco. Creo que esta perspectiva ética puede ser fundamentada por la teología moral. Voy a intentar una aproximación a esta fundamentación desde la teología de santo Tomás de Aquino desde dos fuentes que enmarcan adecuadamente el cuidado: la providencia y la caridad.
En su amplia reflexión sobre la providencia en Summa Contra Gentiles, el Aquinate desgrana el amor providente de Dios que ha comunicado el bien divino en las criaturas. Esta comunicación en el bien permite una ordenabilidad de los seres, por la cual se ayudan unos a otros a progresar hacia su plenitud. No es solo la recepción pasiva del bien divino en su propio ser y sus facultades. Se trata también de la participación del bien en su misma acción. Así, los seres, cuidados por Dios se convierten en providentes para otros, en cuidadores de los demás. Este es el toque más íntimo de la providencia: cuidar, haciendo cuidadores. En la Summa Theologiae vincula la providencia divina con la virtud de la prudencia. De esta manera refuerza la perspectiva del cuidado con el entramado de las virtudes. En efecto, el cuidado amoroso de Dios dirige, ordena y promueve a las criaturas según su sabiduría para que ellas mismas cuiden a las demás criaturas según la participación en la sabiduría divina: el hombre será la máxima participación por su inteligencia y voluntad, perfeccionadas con las virtudes morales.
Así, el amor de Dios se comunica al hombre encendiendo en su dinamismo moral el amor. Como también explica el Aquinate enSumma Contra Gentiles, el amor tiene dos objetos: el bien y la persona. Así, el cuidado amoroso del hombre se centra en el bien del amado y en el mismo amado. Y ese bien del amado crece hacia su plenitud. El amor de Dios, manifestado en su providencia actual, temporal y corporal se revela en su plenitud en la persona y acción de Cristo. Con Él comienza la caridad en el seno de su Iglesia, rebaño que él cuida como Buen Pastor. La caridad es la manifestación suprema del amor, que comunica la bienaventuranza divina uniéndose en amistad con Dios. Al comprender Santo Tomás la caridad como una amistad con Dios unifica el dinamismo de la caridad divina, participada por el hombre, comprendiéndola como una virtud teologal. Es un dinamismo humano y divino, particular y universal, concreto y trascendente, corporal y temporal. Por la caridad, el sujeto puede tocar a Dios y tocar al enfermo y desvalido en el mismo acto, concediendo toda su grandeza al cuidado y su apertura a la universalidad, sin formalismos, más allá de la práctica o de la justicia debida.
La amplitud de miras que concede el fundamento de la providencia y la caridad, nos permite comprender el cuidado más allá que una mera práctica o arte. El cuidado también es una virtud. Esto concede más solidez y alcance a la ética del cuidado. El objeto específico de esta virtud no sería tanto la fragilidad o la compasión, sino el crecimiento del sujeto cuidado, su aumento, su progreso hacia su plenitud. Así se entiende que la auctoritas tiene como misión el cuidado de sus súbitos y necesita de tal virtud. La virtud del cuidado otorga toda su energía a esta acción y amplía sus márgenes más allá de la asistencia, la atención cercana, llevando su acción hasta el cumplimiento de la misión del sujeto cuidado. Así, la virtud del cuidado tendrá su punto álgido en la cura pastoral. Desde aquí se pueden reinterpretar todos los ámbitos del cuidado, tanto en lo sanitario, la familia, la educación, la ecología, la sociedad, etc.
Con estos dos fundamentos -la providencia y la caridad- se puede explicar el cuidado más allá de la mera práctica o un maravilloso arte. El cuidado providente va más allá de atender las heridas y asistir al enfermo, pues contempla su vocación, su crecimiento, su ordenación a su plenitud. Así se comprenden adecuadamente los cuidados paliativos, más allá de evitar el dolor, como una escuela para el acto de morir santamente. El cuidado caritativo va más allá de conceder bienes al pobre, pues contempla sus vínculos desde la amistad con Dios, comprendiendo que hay que cuidar sus relaciones, que son sus fortalezas, iluminando la amistad como un fundamento sólido para el cuidado. Así, cuidar no solo es dar cosas, sino cuidar los vínculos que le sostienen y le permiten crecer. Cuidar se basará en una pastoral del vínculo, en lugar de una pastoral de beneficencia. Gracias a la providencia y a la caridad, el cuidado de los frágiles y pecadores les permite levantarse, convertirse y caminar en santidad. Gracias a este cuidado providente y caritativo, podremos decir que, en nuestras comunidades eclesiales, entra un pobre y sale un santo. Esta perspectiva ampliada del cuidado nos permite contemplar adecuadamente la misericordia que acoge a los frágiles y pecadores. No se trata de cubrir sus miserias con un manto de piedad, sino descubrir sus heridas, iluminarlas con la Palabra divina, sanarlas con los sacramentos, cuidarlas con la comunidad eclesial, para unirles a Dios. Cuidar se convierte en resucitar de entre los muertos, porque el Resucitado nos ha curado en los sacramentos. La vida sacramental es el cuidado de Cristo, Buen Pastor.
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