La experiencia del amor, la amistad y la caridad
Introducción al libro Juan José Pérez-Soba, La caridad. El camino [...]
Introducción al libro Juan José Pérez-Soba, La caridad. El camino [...]
La expresión “sentimiento maravilloso” se encuentra en el número 1 del texto básico de la Academia Pontificia para la Vida publicado en 2022 con el título Etica teologica della vita. El documento incluye varios ejemplos de experiencias de alegría para proponer una ética de la vida. Pero ¿de qué tipo de alegría y de vida estamos hablando? Si evidentemente es legítimo experimentar la alegría también a través de los sentimientos, la alegría cristiana no puede reducirse a un sentimiento. ¿Cómo puede ser la alegría un criterio para desarrollar una ética de la vida? En primer lugar, retomaremos las nociones de “vida” y “alegría” en una perspectiva teológica y bíblica, para después extraer algunos criterios de discernimiento también en relación con algunas cuestiones abordadas en el documento de la Pontificia Academia para la Vida.
Como ha señalado papa Francisco, es urgente una verdadera conversión pastoral y misionera. Para poder ofrecer una valoración atinada y una propuesta inteligente de renovación, es preciso considerar en primer lugar la atención pastoral de Cristo, el buen pastor. Nos inspiraremos en el diálogo de Jesús con la samaritana. Allí veremos que solo una pastoral evangelizadora configurada desde la verdad del amor permite que la gracia de Cristo ilumine y transforme el corazón humano y la sociedad. ¿Cuál fue la perspectiva de la pastoral de Jesús con la samaritana? El Señor “dirigió una palabra a su deseo de amor verdadero, para liberarla de todo lo que oscurecía su vida y conducirla a la alegría plena del Evangelio” (Amoris laetitia 294). En este pasaje clave del evangelio de San Juan, la verdad del amor se presenta como un elemento imprescindible y el hilo conductor del pastoreo de Jesús.
El amor como promesa, comprendido de forma también cognoscitiva es en verdad la luz fundamental de la acción cristiana. Por su valor de movimiento es entonces un verdadero caminar, la luz de la fe es respecto de un amor que ha de configurar toda la vida del hombre. La correlación entre el don y la promesa da unidad al tiempo de la vida del hombre y configura ese camino de amor del que hemos hablado. La narratividad cristiana tiene entonces un sentido sacramental inherente en el que el hombre recibe el don de Dios en la configuración de una vida completa.
Conocer el amor no es fruto de una reflexión racional, sino del encuentro con una persona que nos abre un nuevo horizonte para nuestra vida . Se trata de un horizonte lleno de sentido, anclado en la Verdad. Existe, por tanto una verdad en el afecto, una verdad del afecto, que es posible conocer y vivir . Acompañar en esta búsqueda al hombre actual es, al mismo tiempo, la tarea que tenemos delante y el don que se nos ha concedido.
La expresión paulina “apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza” (Rm 4, 18) contrapone dos tipos de esperanza, una en singular y otra en plural. La promesa de la paternidad hecha por Dios a Abrahán se constituye en fuente o pilar de la esperanza en singular. A ella se oponen las esperanzas que el cuerpo envejecido del santo patriarca y de su esposa les ofrecían para poder llegar a ser padres. Esta contraposición nos permite distinguir una esperanza fundada en Dios frente a las esperanzas humanas. A esta diferencia entre formas de la esperanza se dedica nuestra reflexión.
Las dos historias recogidas en "Diarios de Adán y Eva" por Mark Twain fueron escritas en 1893 y 1905 respectivamente. Aunque hay más de diez años de diferencia en su composición, Twain pensó que era muy apropiado publicarlos juntos debido a sus evidentes conexiones. Esto ocurrió por primera vez en 1906 en la colección de cuentos titulada The $30 000 Bequest. El Edén no es un lugar sino una persona. Como sugiere el autor de la Carta a los Efesios, el marido y la mujer están destinados a ser el uno para el otro signos de esta Persona, que es el cielo (cf. Ef 5:31-32). Mark Twain se detuvo en el signo, buscando la salvación en el amor humano sin conectarlo con el amor divino. Pero al dirigirse al signo, inevitablemente, quizás a pesar de sí mismo, también tocó la realidad mayor, para la cual el amor de los dos es un sacramento: un signo eficaz que ya contiene misteriosamente la realidad que significa.
La acción salvadora de Cristo por el don de sí en la Cruz manifiesta el poder del amor verdadero, capaz de vencer al pecado y regenerar al pecador. La salvación nos introduce en la lógica de la misericordia ... La misericordia, inseparablemente unida al don del amor, nos revela que la finalidad de la vida humana no se encuentra en sí misma, sino en la recepción de un don, que es preciso recibir más y más plenamente en las acciones humanas, para que alcance su forma completa y definitiva.