“¿Por qué he de ser moral?” Es una pregunta desafiante, que contiene una cierta violencia interior como una bofetada moral. No es sino manifestación del fuerte rechazo que algunos sienten ante cualquier imposición que se imponga desde fuera. A pesar de la brusquedad que comunica, despierta un eco interior: si la formulamos no se escucha como una cuestión ilusoria, por el contrario, para algunos ésta parece la primera pregunta a responder cuando una persona se sitúa en el ámbito moral. Se trata de una cuestión inquietante, porque suena desmedidamente provocativa porque toca un fundamento vital.
Cuando Alasdair MacIntyre presentaba la “hipótesis inquietante” de una moral que ha perdido el valor de los términos que utiliza, era consciente del panorama de tantos hombres desorientados que a pesar de una buena preparación sufren enormemente en la tarea de construir una vida. Aparece la necesidad sentida de saber asumir la realidad de una grandeza que acompaña a las acciones humanas y que es esencial para que el hombre pueda crecer y dar sentido a su existencia. La lucidez de MacIntyre ha sido entender que la posición real de la experiencia moral en todo hombre es la de ser una luz interna de las acciones que permite hacer de la vida un camino hacia la felicidad como plenitud. Este descubrimiento, que ilumina mucho mejor las condiciones actuales de la existencia de tantas personas requiere la reformulación de la pregunta inicial podría con un nuevo significado: “¿por qué las virtudes?”
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