Quisiéramos indicar de forma muy sintética dos puntos fundamentales que conciernen a las razones inspiradoras del proyecto Veritas amoris: el primer punto se refiere a la situación de crisis en que nos encontramos; el segundo, a las sendas de fecundidad que nos parece necesario abrir en esta situación histórica.
El amor como promesa, comprendido de forma también cognoscitiva es en verdad la luz fundamental de la acción cristiana. Por su valor de movimiento es entonces un verdadero caminar, la luz de la fe es respecto de un amor que ha de configurar toda la vida del hombre. La correlación entre el don y la promesa da unidad al tiempo de la vida del hombre y configura ese camino de amor del que hemos hablado. La narratividad cristiana tiene entonces un sentido sacramental inherente en el que el hombre recibe el don de Dios en la configuración de una vida completa.
Podríamos decir que atravesamos hoy una época de post-identidad, caracterizada por la superación de las categorías propiamente personales en la definición de nuestra propia identidad humana, especialmente en lo que se refiere a la corporeidad y a la sexuación. La magnitud de lo que está en juego me ha llevado a preguntarme por dónde comenzar, qué vías, qué caminos apuntó en su momento Juan Pablo II para recorrer esta «crisis» actual, es decir, este momento decisivo que atravesamos, en una cuestión de capital importancia, como es la identidad humana y la diferencia sexual. Me voy a detener a considerar algunas de esas vías, y en concreto me voy a referir a cuatro: 1. La vía de la experiencia del cuerpo y de la diferencia sexual. 2. La vía de la propia interioridad. 3. Reconstruir la unidad originaria varón-mujer 4. La vía de la mujer y de la maternidad.
Las esperanzas que se abren desde la Eucaristía indican el futuro de la Iglesia. Pueden resumirse con la figura de la madre de los mártires macabeos, que exhortaba a sus hijos al martirio. San Juan Crisóstomo dice que ella fue madre catorce veces, en cuanto que engendró a los hijos para esta vida, y también al empujarles a resistir hasta la muerte ante la idolatría, lo cual les abrió a la vida eterna en su cuerpo resucitado.
Del mismo modo la Iglesia nos trae un doble nacimiento, que es una doble esperanza. Por un lado, Ella nos regenera a la vida creatural, en cuanto que en su memoria se guarda el lenguaje originario del cuerpo como lenguaje fecundo. Por eso la Iglesia difunde esperanza para la sociedad. Además, la Iglesia nos genera a la vida eterna en Cristo, a través de la Eucaristía. Esto es lo que pedimos hoy a la Iglesia para garantizar su futuro: que siga siendo siempre dos veces madre.
Conocer el amor no es fruto de una reflexión racional, sino del encuentro con una persona que nos abre un nuevo horizonte para nuestra vida . Se trata de un horizonte lleno de sentido, anclado en la Verdad. Existe, por tanto una verdad en el afecto, una verdad del afecto, que es posible conocer y vivir . Acompañar en esta búsqueda al hombre actual es, al mismo tiempo, la tarea que tenemos delante y el don que se nos ha concedido.
La expresión paulina “apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza” (Rm 4, 18) contrapone dos tipos de esperanza, una en singular y otra en plural. La promesa de la paternidad hecha por Dios a Abrahán se constituye en fuente o pilar de la esperanza en singular. A ella se oponen las esperanzas que el cuerpo envejecido del santo patriarca y de su esposa les ofrecían para poder llegar a ser padres. Esta contraposición nos permite distinguir una esperanza fundada en Dios frente a las esperanzas humanas. A esta diferencia entre formas de la esperanza se dedica nuestra reflexión.
El artículo presenta la persona y obra de Cristo como clave de unidad entre la verdad y el amor, tan divididos en nuestra época. Explora para ello la noción evangélica de verdad, siguiendo sobre todo el Evangelio según san Juan. La verdad aparece vinculada a la vida en carne de Jesús, y su culmen se nos da en la Eucaristía, donde se contiene el misterio pascual. El nexo entre verdad y cuerpo resulta decisivo: el cuerpo es el espacio desde donde nos abrimos al conocimiento del Creador y de los hermanos y, por tanto, el cuerpo es el espacio donde se manifiesta la verdad. Desde esta conexión entre verdad y cuerpo se entiende que la verdad que trae Jesús (y que Él mismo es) consiste en la verdad del amor.
La sexualidad es un ámbito de la vida humana que se abre al futuro. Y es un futuro que no solo prolonga el presente, sino que lo renueva, al unir a los esposos y al generar al hijo. Por tanto, la sexualidad tiene que ver con la esperanza. Por eso la medicina que se ocupa de la sexualidad puede ponerse al servicio de la esperanza. Para ello tiene que situar la acción médica en el conjunto de la relación sexual y de la plenitud humana que ésta contiene. Es decir, igual que el médico, para sanar el organismo, depende de la vitalidad de ese organismo, así, al ocuparse de la sexualidad, depende de una vitalidad que le precede. Es la vitalidad del cuerpo sexuado y fecundo, hecho para la relación del hombre y de la mujer capaz de transmitir la vida. ¿Cómo puede servir la medicina a esa relación, de modo que se convierta en una medicina que genere esperanza?
Dondequiera que ella estaba, allí estaba el Edén. Introducción a Mark Twain, «Diarios de Adán y Eva»
Las dos historias recogidas en "Diarios de Adán y Eva" por Mark Twain fueron escritas en 1893 y 1905 respectivamente. Aunque hay más de diez años de diferencia en su composición, Twain pensó que era muy apropiado publicarlos juntos debido a sus evidentes conexiones. Esto ocurrió por primera vez en 1906 en la colección de cuentos titulada The $30 000 Bequest. El Edén no es un lugar sino una persona. Como sugiere el autor de la Carta a los Efesios, el marido y la mujer están destinados a ser el uno para el otro signos de esta Persona, que es el cielo (cf. Ef 5:31-32). Mark Twain se detuvo en el signo, buscando la salvación en el amor humano sin conectarlo con el amor divino. Pero al dirigirse al signo, inevitablemente, quizás a pesar de sí mismo, también tocó la realidad mayor, para la cual el amor de los dos es un sacramento: un signo eficaz que ya contiene misteriosamente la realidad que significa.
Papa Francisco ha puesto en evidencia el tema de la paternidad al re-proponer la figura de San José. Confrontar a San José con la tragedia de la paternidad actual puede ayudarnos a entender qué padre es el que estamos esperando: esperamos a un padre que no tenga miedo a acoger a su hijo, a darle nombre, a abrirle a la realidad, a crecer con él, a acompañarle para que llegue a ser padre de sí mismo y de otros. Ese padre vive una paternidad “simbólica”, es más que padre: permite en el hijo la alianza con la alteridad, uniendo origen y destino. Esperamos a un padre que retorne como memoria de un origen bueno, cargado de esperanza.
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